lunes, 17 de octubre de 2011

El bobo



A mi mujer no le gusta que le fastidie sus estrategias, así que opté por callar y seguir haciéndome el muerto.
En la caja se estaba cómodo, pero no podía mover ni un solo músculo. Me picaba la sien y el bigotillo. Empecé a sudar. Decidí pensar en otra cosa para no obsesionarme. Oía muy cerca el fingido llanto de mi esposa. El aroma de las flores me estaba produciendo un sibilino cosquilleo en la nariz.
Cobraremos el seguro de vida y la pensión de viudedad - me había dicho-. Y con eso podremos ir tirando.
Un gran estornudo acabó con la farsa.
Mi mujer terminó el día entre rejas. No me lo perdonará nunca. ¡Ahora sí quiero morirme!

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