domingo, 21 de octubre de 2012

Luces


Los farolillos de papel iluminaban las oscuras entradas de calles y casas con una multitud de luciérnagas en su interior.  Ada lo llevaba entre sus manos para que nadie tropezara con ella. Se asomó como cada noche al camastro donde su padre estaba echado. Le preguntó si necesitaba algo y cómo se encontraba. Él siempre le contestaba que nada, no obstante le ahuecó el lecho y le calentó la sopa. Lo dejó dormido apaciblemente hasta una nueva mañana, se despidió de él y regresó a su casa. Por el camino, miró al cielo y apagó el farol, las brillantes estrellas la guiaban. 

sábado, 20 de octubre de 2012

Nuestro mar



Día de otoño frente al mar, lluvia, playa de San Juan, larga, desierta a estas horas matineras y hoy, gris. Paseo solitaria bajo el paraguas y pienso que esta es mi orilla, la de mi infancia, que aquí está mi lugar, aunque también en la otra más plácida donde habito. Entre ambas el mismo mar, cuya fuerza resuena con un ruido estremecedor y ancestral. Recuerdos de cuando nada era  así y mi padre plantaba la sombrilla en la arena el diecinueve de marzo hasta nueva orden. Los niños buscábamos regaliz de palo entre los matorrales. Aún no había llegado la colonización urbanística. Con nuestros bañadores de gomitas y burbujas, que el mar se encargaba de desgastar, nosotras; y ellos con sus meybas grandes y piernas de palos, éramos piratas y exploradores, pocas veces princesas. Al llegar el verano y el calor, recogíamos nuestros pertrechos y abandonábamos nuestro mar. Recalábamos en la Aitana en busca de días más frescos a la sombra de las montañas. Noches de tertulias vecinales con las sillas a las puertas de las casas, para los mayores. Nosotros, vivíamos en un sin parar: bajábamos al pantano a recoger ranas y juncos para flechas, trepábamos a los árboles, baños en balsas y moratones en las rodillas, paseos en burro y meriendas entre pinares y fuentes. A lo lejos, desde las cimas, lo veíamos siempre azul y sabíamos que nos aguardaba.

lunes, 1 de octubre de 2012

Un pedazo de cielo desde la ventana


Las nubes de formas caprichosas pasan veloces, empujadas por el viento. Es tiempo de tormentas.
-¡Mamá!, mira esa nube tan bonita, es una familia de cachorros.
-Sí, hijo, sí.
-Y por allí va la Reina de los mares, la del cuento. ¿La ves?
-Claro que sí, cariño. La veo con su largo traje blanco de espuma de algodón, es muy bella.
-¿Y por qué no nos montamos en aquel barco tan grande que llega y nos vamos a buscar a papá? Ya no me acuerdo de su cara.
-Él no está en ese cielo, mi amor, no lo encontraríamos.
Los recuerdos descienden y se agolpan en ondas de lágrimas que resbalan por su cara.  Se las ha de tragar. La diversión de contemplar juntos el firmamento por un rato se acaba cuando la tormenta cierra, de un golpe, la ventana.