jueves, 6 de febrero de 2020

Un grito fuera de juego



Esperábamos todos en el centro médico que se abrieran las consultas. La administrativa nos había remitido a la sala de espera. Eran las 8,30 de la mañana. Mi vecina empezó a darme palique para amenizar el rato.  Yo, que iba en ayunas por una analítica, le aseguré que no me saldrían las palabras hasta que no tomara mi café de costumbre. Ella siguió insistiendo dale que te pego. Habrían transcurrido cinco minutos desde que esperábamos cuando un paciente se puso a gritar exaltado:

–¿Es que aquí nadie trabaja? Los horarios están para cumplirse. No puede ser.
Se hizo un silencio vergonzoso causado por el arrebato del que pensé para mí, militar amargado, acostumbrado a dar voces fuera y dentro de su casa.
La recepcionista, interpelada, le contestó que se lo dijera al médico cuando llegara.
El resto de pacientes nos miramos atónitos y molestos y entonces mi vecina, que  a estas alturas del relato ya me había informado de su viudedad y de todas sus enfermedades, dijo en voz alta y muy educadamente, al tiempo que lanzaba un suspiro:
–¡Que malo es hacerse viejo!
Cuando vimos que el energúmeno impaciente pasaba el primero, nos miramos los restantes pensando que, a lo peor, le hacían un poquito de daño cuando le clavaran la aguja.