domingo, 30 de agosto de 2015

La magia de las piedras


Desde que tengo uso de razón  me han gustado las piedras. Mi madre decía que ya me las llevaba a la boca en la playa cuando era pequeña, porque estaban saladas y las saboreaba. De niña también les sacaba brillo a las grandes, que formaban una sobre otra los bancales de mi pueblo. Estoy obsesionada con tocarlas todas estén donde estén. Tanto me da  que sean de catedrales o cementerios,de  iglesias o castillos, de palacios o ruinas. Al poner mi mano sobre su superficie siento que vibran, me susurran secretos, percibo su historia y me transmiten serenidad y cordura.
Estudié geología estructural y me dedico finalmente a la construcción de paredes de piedra seca en exteriores. Lo conozco todo sobre ellas, sus caras y sus venas, las que se llevan bien y  las que son incompatibles, las que cantan, y las que ríen y ruedan libres en los riachuelos. Así que con una actitud pragmática, convertí mi afición en mi fuente de ingresos. Siempre al aire libre. Y no necesito médicos ni terapias, pues al palparlas me sanan la mente y el cuerpo.
Convencida de este don, en una de mis múltiples salidas como aficionada a la arqueología, me percaté de que faltaba una piedra que cerrara el círculo del Cromlech pirenaico. Toqué el espacio vacío, la vista desde aquel lugar era magnífica, me dije,  y llevada por una fuerza magnética imparable, me situé en el centro geométrico de la circunferencia. Estaba yo sola y aturdida.
De repente un humo espeso oscureció el día. Sin saber cómo, estaba presenciando una ceremonia de incineración. Seguí muda y estupefacta el rito ancestral  de nuestros antepasados, con múltiples interrogantes en mi mente. Si el círculo delimitaba  el recinto sagrado y separaba los mundos de los vivos y los muertos. ¿Dónde me encontraba yo? ¿Acaso estaba muerta y no me había percatado del trance?
Me aparté del menhir central poco a poco, el maldito símbolo fálico de la fertilidad no sé si tendría algo que ver con mi viaje a esa otra realidad, pero me provocaba malos presentimientos. El humo resultante de la cremación era utilizado para volver al mundo de donde se había venido. Así que fui retrocediendo en sentido opuesto al mismo y al alcanzar el círculo exterior, di un gran salto y me alejé de la construcción megalítica. Nuevamente se hizo de día.
Me costó mucho olvidar todo aquello, nunca supe darle un nombre, pero mi don se transformó en maldición, abandoné mi trabajo y desde entonces no me acerco a las piedras ni mucho menos a las arqueológicas.

miércoles, 26 de agosto de 2015

La emperatriz aérea


Primero fue una suave brisa, que la hizo sentir feliz, liviana y evanescente. Ligera como una pluma que el viento empujaba hasta tocar las nubes. Podía volar pero no era ave. No había pájaros tan arriba. El día que descubrió que por fin le habían crecido pequeñas alas en la espalda, todo cobró sentido y  nunca más quiso descender de las cumbres. Ya no necesitaba soñar.

lunes, 17 de agosto de 2015

A la sombra del magnolio


Hacía mucho calor aquel verano y ya no podíamos viajar como antes. Tú estabas perdido, sin ganas de nada, y yo te cuidaba. Abrí puertas y ventanas y me senté en el suelo a mirar los viejos álbumes de fotografías. La brisa marina entró por el balcón de casa  mientras buceábamos en las aguas de coral del mar de Andamán. Un aroma a noodles callejeros nos abrió el apetito y  el mismo sentimiento de admiración y respeto nos seguía acompañando por los templos de Angkor. Estabas fatigado. Te acomodé bajo la sombra de un gran árbol,  ¿un magnolio? Para que finalmente pudieras reposar.

domingo, 19 de julio de 2015

Mi despedida

Dice Mario Benedetti que “El olvido está lleno de memoria”.  Por si acaso esta me  flaquea, he decidido recordar que:
Empecé antes de ayer en el cole de Es Puig, con todas mis ilusiones intactas. Y las fui estrenando en el aula, con los niños y con compañeros que como yo creíamos en el necesario cambio de rutina pedagógica. Eran los años 80 y asistíamos al ascenso imparable de todos aquellos movimientos de renovación que defendían la escuela pública, democrática y laica. Abogábamos por el uso de la lengua materna como vehículo educativo y oficial. Rosa Sensat y Cuadernos de Pedagogía, marcaban rutas. Yo empezaba a aprender el oficio y a cogerle el gusto.
Y al compás de la escuela y los vaivenes de la educación nacieron y crecieron mis hijos y mi vida. Y en este camino se forjaron amistades duraderas.


Poco después mi culo, siempre inquieto, me llevó a la formidable experiencia de la cooperación internacional y con Ensenyants solidaris recorrí Guatemala durante tres veranos, conocí sus aldeas y  sus gentes y me enamoré de ellos y del país.
Más adelante me apunté a las nuevas tecnologías, me hice bloguera y descubrí una herramienta transformadora de las clases tradicionales. De nuevo se renovaban las ilusiones, al tiempo que aprendía un montón de todos los compañeros de Aulablogs, mucho más sabios.
Ahora he tenido la gran suerte de poder asistir al movimiento asambleario de estos últimos años. Y con él, a mi deseo creciente de dejar mi lugar a los jóvenes tan bien preparados y que ya necesitan trabajar.
Además, a lo largo de estos últimos años me he dado cuenta  de que las palabras me enganchan, no solo como lectora, sino para juntarlas e ir escribiendo y contando. Las palabras tienen música, nos emocionan y nos hacen soñar.
Creo que en el fondo todos nosotros tenemos la gran suerte de ser unos tremendos narradores de historias, aunque no seamos conscientes de ello.  Y las nuestras tienen a diario en las clases a unos receptores de alta calidad: nuestros alumnos.

Muchas gracias.

(Discurso que me dediqué a mí misma en la despedida del instituto)



Para mi estimada Mª José, maestra de profesión y vocación

A la MARI en mayúsculas, la de San Juan y Muchamiel, la de Asturias y Mallorca, la de Francia y la de España. Para ti, porque no te vas, te quedas en todos nosotros.

Como un suave soplo de brisa mediterránea te queremos decir suavecito que eres nuestra otra madre, la madre de todos y cada uno de los aquí presentes y de todos y cada uno de los chiquillos que han tenido la gran suerte de haber pasado por tu aula.
Tu fuerza -estamos convencidas de ello- es ancestral y mitológica como las de las antiguas deidades de este mare nostrum. De ahí tus poderes: enseñas, abrazas, escuchas, juegas, cuentas, dialogas, recompones, protestas, lees, suspiras, ríes, lloras, transformas, ilusionas y creas.

Posees la magia de innovar y de creer que en la escuela, las clases y las cosas se pueden hacer siempre de otra manera. Todos hemos aprendido esa lección, puesto que tú, como buena hechicera que eres, haces fácil lo complicado. Y con azúcar nos salen mejor las recetas. Has tenido muchos premios y reconocimientos, pero  quizá el mejor sea la pasión con la que te lanzas a nuevos retos y proyectos.
Con ese aire tuyo de no haber roto nunca un plato, posees todos los secretos, sí Mari, a pesar de tu aspecto, menudo y pequeño, siempre has sido una trabajadora incansable, fuerte y recia por dentro, como los volcanes. Valiente para expresarte e indignarte aunque no les fuera a agradar a tus interlocutores. Un ejemplo de dedicación y vocación para nosotras, las más jóvenes, en estos tiempos que corren.
Te has comido la vida a bocados largos, saboreándola, disfrutando y compartiendo, que es lo verdaderamente importante. Ahora a tomársela de otra manera, sin esfuerzo, a hacer lo que te gusta únicamente y con risas, muchas risas y repique de campanillas a tu paso, con la música de todos los abalorios de colores que siempre te acompañan.
Y por último, como fieles devotas de la antigua diosa, te hemos de agradecer, el haber podido conocerte, quererte y contar contigo. Serás siempre: nuestra     Mari, madre, maestra, amiga y confidente.

Tus compañeras y amigas

domingo, 10 de mayo de 2015

Cierta tristeza



Lloraba tanto y tanto que sus ojos eran dos cuencas fluviales imparables. Sus vecinos aprovechaban la llantina que le solía venir cuatro veces al año para regar sus huertos siempre verdes. Las propiedades curativas de los vasos de lágrimas de sus ojos eran conocidas en toda la comarca. Al principio, Marlene lloraba sin parar y por cualquier cosa que la conmoviera, y con lo difícil que estaba el mundo, este ocupaba el centro continuo de su  llanto. No dejaban que escuchara las noticias ni que leyera el diario. Los niños le llevaban sus juguetes, le hacían carantoñas y arrumacos, pero nada servía para consolarla, su pena era inconmensurable. Lloraba de día y de noche. Un día,  sus ojos se secaron durante un breve tiempo y con ellos el verdor de los campos del valle donde vivía. Todo se volvió gris y sombrío y le causó tal tristeza, que  sus ojos se anegaron, el río volvió a su cauce y su vida, por fin, cobró sentido.

domingo, 5 de abril de 2015

En memoria de Elisa

A veces la vida chirría tan amargamente que nos quedamos parados, sin saber qué hacer y sin consuelo.
Hago un repaso de todos mis difuntos: padres, un hermano, amigas… Y en ese cómputo de seres queridos que nos han ido dejando, destaca por su insensatez y sinsentido el de los jóvenes, jóvenes alumn@s como Katrin, Viçens de Deià, Toni de Bunyola y ahora, Elisa, cuya presencia sigue inundando el aula y nuestros corazones. Sentimos rabia como el poeta Miguel Hernández por la muerte de su amigo y hacemos nuestros los versos de A. Machado que dicen:

“Y cuando llegue el día del último viaje
  Y esté al partir la nave que nunca ha de tornar
  Me encontraréis a bordo, ligero de equipaje,
  Casi desnudo, como los hijos de la mar”


                                                       *****************

A Elisa le cantaban los ojos. Con esos enormes ojazos se reía, se entusiasmaba, o expresaba su cansancio por las tareas obligatorias. Y no es que fuera una persona callada, porque como todos los niñ@s vitales no paraba de charlar, aunque siempre sus inquietudes y sentimientos, sin ella saberlo, le asomaban a sus ojos.

El curso pasado irradiaba felicidad porque iba a tener una hermanita, Laura, y la ilusión no cabía en su interior y  la desbordaba. Ella, siempre contenta, nos contaba cómo iba el embarazo de su madre, al tiempo que armada de tijeras y papel,  adornaba la clase con estrellas, grecas y pájaros de colores. Elisa nos enseñó el arte de la papiroflexia y también a hacer abalorios y pulseras con sus manos. No le costaba nada, le salía sin esfuerzo. Como sin esfuerzo le salía ser la mejor compañera. Su alegría lo contagiaba todo.

No queremos despedirnos porque sigues sonriente con nosotros y porque queremos seguir soñando cuentos contigo,  aventuras fabulosas en barcos de piratas, romances de princesas y genios enamorados,  de brujas malvadas y hadas bienhechoras, de lámparas maravillosas y alfombras voladoras… Relatos y poemas fantásticos que nunca se acaben y, que si lo hacen, siempre, siempre, tengan un final feliz.


D.E.P.

lunes, 26 de enero de 2015

Otoño en cajas



                  Nerina Canzi Ilustraciones

Cuando el otoño anticipa el invierno, los habitantes de Kamundus lustran sus cajas de cristal, se meten en ellas y las cierran herméticamente para que no pueda entrar ningún resquicio de frío. Cantan y cantan entre sus mejores galas hasta que se convierten en crisálidas. Caen las hojas al arrullo del viento de sus canciones, sueñan en tiempos más cálidos. A la llegada de la primavera, la vida regresa a la naturaleza, se desatan las cajas y de su interior surgen las más bellas mariposas que se lanzan, raudas, a surcar el cielo de colores.

Un mar de deseos






Las noches en que llegaba tan y tan cansada a casa, se desnudaba, se ponía su traje de sirena y se sumergía en un profundo sueño. Descansaba sobre un mullido lecho de algas y corales, rodeada de estrellas, arenas y palabras. El murmullo y vaivén de las olas la adormecían como una nana. El hombre tranquilo vigilaba sus sueños, mientras que el hombre risueño, paciente aguardaba. Un círculo de aves celosamente la rodeaba.

El sembrador de estrellas






Las noches en que la luna no lucía su blanco traje brillante, el señor del firmamento enviaba a su emisario más joven para que sembrase de estrellas la oscuridad haciendo piruetas, como si de un número de circo se tratase. Bailando y saltando entre los estupefactos –pues así se llamaban los habitantes de aquel planeta– iban cayendo las estrellas más grandes. Rebosaban de su cabeza como pensamientos artísticos y originales. Las más pequeñas salían de la punta de la nariz, de los dedos y de los zapatos. Eran las más cariñosas y enseguida se enredaban en otros pies, manos, narices y animales. Los niños las colgaban en el cielo de sus casas, ya que a ellas no les importaba. O las pegaban en las olas de los océanos para que el manto marino también bailase.
Un mundo nocturno de fantasía e ilusión flotaba de nuevo sobre los sueños de sus habitantes