Cuando el otoño anticipa el invierno, los habitantes de Kamundus lustran sus cajas de cristal, se
meten en ellas y las cierran herméticamente
para que no pueda entrar ningún resquicio de frío. Cantan y cantan entre sus
mejores galas hasta que se convierten en crisálidas. Caen las hojas al arrullo
del viento de sus canciones, sueñan en tiempos más cálidos. A la llegada de la
primavera, la vida regresa a la naturaleza, se desatan las cajas y de su
interior surgen las más bellas mariposas que se lanzan, raudas, a surcar el
cielo de colores.
lunes, 26 de enero de 2015
Un mar de deseos
Las noches en que llegaba tan y
tan cansada a casa, se desnudaba, se ponía su traje de sirena y se sumergía en
un profundo sueño. Descansaba sobre un mullido lecho de algas y corales, rodeada
de estrellas, arenas y palabras. El murmullo y vaivén de las olas la adormecían como una nana. El hombre tranquilo vigilaba sus sueños, mientras que el hombre risueño,
paciente aguardaba. Un círculo de aves celosamente la rodeaba.
El sembrador de estrellas
Las noches en que la luna no lucía su blanco traje
brillante, el señor del firmamento enviaba a su emisario más joven para que
sembrase de estrellas la oscuridad haciendo piruetas, como si de un número de
circo se tratase. Bailando y saltando entre los estupefactos –pues así se
llamaban los habitantes de aquel planeta– iban cayendo las estrellas más
grandes. Rebosaban de su cabeza como pensamientos artísticos y originales. Las más
pequeñas salían de la punta de la nariz, de los dedos y de los zapatos. Eran
las más cariñosas y enseguida se enredaban en otros pies, manos, narices y animales. Los
niños las colgaban en el cielo de sus casas, ya que a ellas no les importaba. O
las pegaban en las olas de los océanos para que el manto marino también bailase.
Un mundo nocturno de fantasía e ilusión flotaba de nuevo sobre los sueños de sus habitantes
Un mundo nocturno de fantasía e ilusión flotaba de nuevo sobre los sueños de sus habitantes
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