martes, 9 de diciembre de 2014

La domadora de pájaros

                                                                         Christian Schloe
Beatrice no creía que tuviera que ver con su manera de ir vestida ni con el hecho de ser  joven o de que les encantase su hierática figura y pudieran confundirla con una estatua. Nada de eso. Le había pasado tantas veces que no podía ser casual. Quizá se tratara del lugar que elegía, el punto de fuga o la sección áurea. Era un misterio.
Todos los pájaros del jardín acudían cuando ella salía a jugar con su aro. No les importaba que lo girase alrededor de su cintura o que le resbalara hasta los pies en un torbellino imparable, ya que permanecían impasibles y maravillados con sus movimientos hasta que ella se cansaba y dejaba de jugar. Los volantes de su falda recuperaban su forma inicial tras el desenfreno y alboroto. Entonces el aire enmudecía, cesaban los trinos, regresaban a sus ramas y se acababa la magia.