sábado, 26 de mayo de 2012

Revisión protocolaria





Mehrdad Zaeri


A veces te cabreas y les dices que ya vale, que con tanto adelanto en la ingeniería robótica, por ejemplo,   cómo  es que aun no se ha inventado nada menos doloroso. Como es corta,  pasa rápido, te consuelas. Pero esta vez se llamaba ecografía mamaria, te dejaron en una camilla y no aparecía nadie. Por la hora que era, pensaste, aburrida, en echarte una siestecilla, pero tu sentido de la compostura te lo impidió. Entonces apareció él, no te miró, apenas te saludó, lo achacaste tal vez al pudor por el cuadro que se exhibía ante sus ojos. Te hizo daño, mucho daño, pero no le dijiste nada, aguantaste muda y siguió hurgando, sin preguntar. Dedujiste que era un cretino, o tal vez andaba agobiado por los recortes de personal. Intentabas justificarlo. Ni media palabra por su parte.  Te convenció más la primera opción. Justiciera, decidiste que aprendiera una lección, no podía irse de rositas, te lo cargarías en el próximo relato. Se iba a enterar. Saliste de aquel cuartucho más animada. Ahora, para ti ya está muerto y  su deuda saldada.

jueves, 24 de mayo de 2012

Y les dices adiós...



(A mis hijos)

Hay días en que no te levantarías de la cama, aunque esa frase esté más que pulida de tanto uso. Empiezo de nuevo. Hay días en que lo ves todo negro, negro. Y no te lo inventas, las penas  viven a tu lado, por no decir en tu casa. Y no te consuela  el argumento tan manido de que otros lo pasan peor y que tú tienes trabajo y mejor te callas y no protestas. Esquiroles. Tu hijo se queda en la calle y se va a buscarse la vida a Japón, era profe de filosofía, y el otro no tiene posibilidad de encontrarlo, es enfermero, cierran los hospitales y vive contigo. Te cansas de ser positiva y de intentar cambiar siempre las cosas. Te hartas de que la situación laboral se degrade día a día, de no tararear alguna cancioncilla como solías, por los pasillos de tu centro, de no bromear con los niños, de no estar alegre. Y sigues, porque estás convencida de que la educación y la cultura son la auténtica riqueza de los pueblos. Y aceptas la derrota y ves cómo han de salir y abandonar un país donde no hay lugar para ellos.

miércoles, 23 de mayo de 2012

Esos pequeños seres





En todas las casas existen recónditos lugares como una rejilla, cavidad o desagüe al que no prestamos atención por su inaccesibilidad y es ahí donde ellos habitan. Nos vigilan a lo largo del día y conocen todos nuestros secretos. Por las noches y cuando salimos de casa se convierten en nuestro alter ego: leen nuestros libros, se pasean por nuestros armarios y se sientan en nuestros lugares favoritos.  Nos imitan en todo. Porque de tanto observarnos conocen nuestras reacciones más íntimas de memoria. No es de extrañar que no encontremos las cosas donde pensábamos que las habíamos dejado. No es un despiste, son ellos, que les gusta molestarnos. Mueven los muebles apenas unos milímetros, esconden las llaves o los papeles que tanto habíamos buscado y que inexplicablemente aparecen al cabo de unos días, allí donde ya lo habíamos hecho sin éxito. Habéis de estar bien atentos para descubrirlos. Y prestarles atención para  convivir todos tranquilos. Son los duendes de los hogares. 

Cierta tristeza











Lloraba tanto y tanto que sus ojos eran dos cuencas fluviales imparables. Sus vecinos aprovechaban la llantina que le solía venir cuatro veces al año para regar sus huertos siempre verdes. Las propiedades curativas de los vasos de lágrimas de sus ojos eran conocidas en toda la comarca. Al principio, Marlene lloraba sin parar y por cualquier cosa que la conmoviera, y con lo difícil que estaba el mundo, este ocupaba el centro continuo de su  llanto. No dejaban que escuchara las noticias ni que leyera el diario. Los niños le llevaban sus juguetes, le hacían carantoñas y arrumacos, pero nada servía para consolarla, su pena era inconmensurable. Lloraba de día y de noche. Un día,  sus ojos se secaron durante un breve tiempo y con ellos el verdor de los campos del valle donde vivía. Todo se volvió gris y sombrío y le causó tal tristeza, que  sus ojos se anegaron, el río volvió a su cauce y su vida, por fin, cobró sentido.