viernes, 18 de marzo de 2016

Crónica de un "acostumbramiento"


Normalizar horarios, paisajes, comidas, clima y un largo etcétera constituye la aventura de viajar.
Ahora os relataré en qué han consistido semejantes novedades en nuestro periplo por este país.
Primero, el despertar matinero. Ya sabéis que como soy muy madrugadora a mí este ritmo me gusta, pero tiene sus contrapartidas, está claro. A las seis de la mañana estamos todos ya desayunando y luce el sol que da gusto, pero a las nueve de la noche nos vamos todos al lecho.
Si vas paseando ensimismada y a lo tuyo no te percatas, pero si oyes en lo alto de los árboles un ligero ruido de ramas que se golpean no pienses que es el viento, no y apártate corriendo, son los monos que se balancean y al poco empiezan a caer cocos o mangos según el árbol que se estén trajinando. Mangos que luego aprovechará Gonzalo para hacernos batidos y mermeladas. Porque aquí no se tira nada.
Las carreteras en Península Nicoya como tal no existen, así que la "pura vida" consiste en bajarse del carro que patina en las cuestas arenosas y caminar bajo un sol inclemente hasta que el conductor consiga sacarlo. Así que ya sabéis, bicicletas o andando porque no tenemos los 4x4 que llevan todos por estos polvorientos caminos. Y el carro de Cris y Gonza ha de ser vendido de nuevo al acabar el viaje. 
Acostumbrarse a los sonidos nuevos y animales selváticos también tiene su miga, hemos conocido al koatí y al aguti, pero lo peor es el estruendo ensordecedor, el rugido abismal de king kong que realizan los monos aulladores que viven en este lugar. No es que aúllen, es un aterrador bramido que te eriza el vello y que te recuerdan a las manadas de orangutanes y a Tarzán, que no sabes por qué no aparece y se los lleva a todos pitando, pero ¿qué hacen aquí? No, querida, qué haces tú. 
Es su terreno, están en su casa. Y te tragas los miedos y les das la razón, que griten lo que quieran porque eres tú la intrusa.


Acostumbrarse a ir a la playa a las ocho de la mañana y ver que las piedras tienen patas y caminan. Cuando te aproximas, después de abrir y cerrar los ojos unas cuantas veces, te das cuenta de que son ermitaños con la casa a cuestas, recorriendo a toda pastilla la arena en una incansable carrera a ningún lado. 
Y no ver ni un alma viviente en estos mares del sur, solo pelícanos y alcatraces que se lanzan a tumba abierta y perpendiculares a la superficie del mar a por sus manjares diarios. 
Nosotros, eso sí lo tiene, como inmejorables representantes de la civilización occidental nos llevamos nuestras sillas plegables para ubicarnos a la sombra de los cocoteros y proceder a la lectura como si estuviéramos en el tresillo de casa, sin despeinarnos, y de vez en cuando, tomando carrerilla parapetados bajo nuestros sombreros y pareos para no quemarnos, volamos hasta el agua y entonces sí, nos reconocemos en la sal del mar y suspiramos satisfechos. 

jueves, 10 de marzo de 2016

Diario de viaje C.R.


Abandonamos el Caribe y seguimos viaje hasta la capital para buscar a Lucas que llega hoy al aeropuerto. Nos ha gustado mucho esta zona caliente de jungla, manglares y playas paradisíacas de arenas coralinas.
Lo mejor de nuestra llegada fue ver a los chicos: Cris guapísima y morenísima y Gonzalo también muy guapo. Olvidamos las once horas de avión incómodas y los nervios del aeropuerto esperando la maleta que no salía.
Nos abrazó una suave ola de calor tropical al salir al exterior, que envolvía la más cercana de nuestros chicos.
Los días en Grecia, en casa de Carol, que finalmente resultó ser un señor polaco, fueron nuestra primera toma de contacto con el país, colinas verdes de cafetales y volcanes en lontananza en los valles centrales de Costa Rica.
Descubrimos carreteras, comidas y monedas. Gonzalo conduce y nos prepara la comida cada día en casa. Allí nos dieron la maravillosa noticia de que van a ser padres, aunque no lo puedo contar todavía. Y  una amplia sonrisa ha pasado a iluminar el viaje y nuestras vidas desde ese mismo momento.

martes, 23 de febrero de 2016

Mágica rehabilitación



Para Nuri, Esperanza, Lucas, Antonia, Elena, Magda, MªAngels, Daniela, Antonia, Ana y tantas más… que han hecho  que brille el sol un ratito cada tarde.


(La fisioterapeuta te da la hora según el número de pacientes y la adecuación y conveniencia de tu horario).

A las cuatro de la tarde coincidíamos un nutrido grupo de mujeres y Nuria nos repartía entre las diferentes máquinas de nombres impronunciables. Algunas no nos conocíamos, o  solamente de vernos por la calle. Es lo que tiene vivir en un pueblo, que casi siempre te pones a hablar y aparecen amigos comunes. Después coincidíamos en un corro de sillas alrededor de las TENS donde nos iba enchufando veinte minutos a cada una  y donde todas nos mirábamos las caras. Solo faltaba la mesa camilla.
Una vez contadas nuestras diferentes operaciones, accidentes y males, hablábamos de  temas comunes  y cuando ya fuimos cogiendo confianza, cada una explicaba algo de su vida.
Y empezaba la reunión, que al pasar los días más bien parecía una terapia de grupo, e incluso a veces una sesión de risoterapia.
Los días que nos reíamos como locas venía el enfermero desde su puesto vigía a la entrada de la clínica, Lucas, a mandarnos callar. Y entonces nos entraba más risa, como cuando estás en un entierro y no te puedes reír y disimulas  y casi te lo haces encima aunque esté  muy mal decirlo. Los tabiques que separaban las consultas eran tan finos que molestábamos a la psicóloga, que nos oía a nosotras mejor que a sus pacientes.
No sé si la rehabilitación, sinceramente,  nos servía para algo, en eso somos un poco escépticas, pero nuestros huesos sí salían más rijosos y nuestra visión de la vida, más placentera. Es estupendo reír porque sí. Mujeres tales como empleadas del hogar, jubiladas, restauradoras y comerciantes, nos sentíamos unidas en nuestro infortunio y convertíamos las penas en chistes. La vida se complica tanto y es a veces tan brutal, que encontrar personas con las que poder charlar y reírte un rato se convierte en un bien precioso. Es un freno en nuestra desenfrenada vida.
Algunos días aparecíamos  con una coca dulce para hacer una merienda comunitaria y, en ese momento, nos importaban bien poco nuestros males y nos levantábamos prestas a ayudar con las servilletas, los vasos y lo que fuera… que colocábamos encima de una mesa rehabilitadora multiusos/multifunciones que nadie nunca utilizaba.
Cuando nuestra fisio, Nuria,  nos decía: ya acabas, Antonia, creo que terminas hoy. La susodicha nos miraba compungida y contestaba:  bueno, pero ya sabes que volveré a ir al trauma porque aún no me encuentro bien.
Y nuestro pequeño círculo ensanchaba una amplia sonrisa de complicidad, y respiraba tranquilo y aliviado, pues ya sabíamos que esas eran las palabras mágicas para continuar viéndonos cada tarde un ratito sin importancia, que apenas restaba en nuestro quehacer cotidiano, sino que al contrario, sumaba mucho, muchísimo, en cada una de nuestras atrotinadas vidas.
Gracias, muchas gracias.


Malén Carrillo