Se levantó temprano como era su costumbre. Quería acabar la colada de la ropa de invierno que pronto
iba a necesitar. El pan ya estaba en el horno. Había llovido durante toda la noche y el viento arrastraba las
hojas caídas de los árboles, produciendo un sonido que le recordaba el siseo de las monótonas letanías religiosas. Pondría en marcha la secadora. Salió al
jardín a contemplar cómo amanecía el día con la taza de café en la mano. Aún
era de noche. Un ruido irreconocible la dejó sin aliento. Vio el brillo de unos
ojos que la contemplaban agazapados tras el seto. Solo se percató de que iba muy
sucio. Ya no tendría que lavar ropa nunca más.
domingo, 30 de octubre de 2011
Frida Kalho
¿Por qué me mira así? ¿Por qué a mí? Sus ojos oscuros y
penetrantes, enmarcados por cejas espesas e increíbles me están atrapando en su
casa, en Coyoacán y me paralizan. Nadie lo percibe pero me he ido enredando en
la telaraña de sus encantos. Bien sujetos los hilos por sus animales y bien
atados con sus abalorios indígenas: collares, pendientes, chales y ropajes.
Sinfonía colorista que me deja hechizado. Magia imposible de conjurar. Imágenes
que cobran vida. Vida que yo quiero
rescatar. Me da la mano y vuelo con ella al lejano país donde la muerte no existirá jamás.
"Cómo se pasa la vida..."
“Cómo se pasa la vida…”
Mientras el coche la lanzaba por los aires, las imágenes de toda
una vida pasaron por su cabeza en unos breves segundos. Le dio tiempo a creer que
igual ya no la contaría más. Notó una angustia atrapada en su interior y vio a
sus padres cuando ella era una niña. Creyó que se reuniría pronto con ellos.
Pensó que no llegaría a la hora acordada para ir a la playa y sus amigas se
quedarían esperándola. A ella no le gustaba retrasarse. “Me mato, me mato, de
esta no salgo”.
Después el aterrizaje, el golpe, el dolor con la cara pegada
al asfalto, sin tiempo para reaccionar, ni parar de alguna manera el impacto.
La moto quedó tirada, retorcida, pero ella en aquel momento se encontraba
entera. Pensaba, estaba consciente, sentía su cuerpo dolorido y no había visto
el túnel. Aún no era el momento. Por fortuna ningún otro coche le pasó por
encima. Pronto vinieron a socorrerla los ocupantes del vehículo que tan
ágilmente había sobrevolado y la llevaron a la Cruz roja.
La recuperación del brazo roto y la cara fue lenta, muy lenta.
Los días se hacían eternos, apenas podía
moverse, ni salir de casa. Tenía la cara desfigurada.
Tras aquel accidente, se sucedieron los años veloces como un
soplido. Recordaba aquellos momentos en los que el tiempo se queda congelado,
prisionero de recuerdos, momentos felices que pasan vertiginosos, y los
horribles, que su mente había desechado para no se instalaran en ella.
Desde la distancia, le parecía que la vida había pasado muy
rápida, tanto que, apenas había tenido tiempo de aprehenderla y ya huía, resuelta,
de ella.
lunes, 24 de octubre de 2011
Amor sobre ruedas
Hubo unos años en que hacer autoestop era considerado poco
menos que una actividad peligrosa. Los hombres que te recogían al volante de su
coche, siempre pensaban que buscabas otra cosa, además de desplazarte. Lo
practicábamos porque éramos jóvenes, rebeldes y nos salía muy barato. A lo sumo
nos costaba un café. Pero eso sí, nunca viajábamos solas, como mínimo en
parejas.
“La flaca”, contraviniendo todos los principios de manual no
escritos, subió ella sola y en un gran camión. Eso estaba súper prohibido. Y
además se enamoró. Larga distancia y gran amor.
Desde entonces viaja en su tráiler.
Paseo por Roma
No, imposible, nunca he viajado a Roma, no lo puedo escribir…
Aunque ya lo he hecho de la mano de Fellini, Rosellini, Mastroianni, Sofía Loren,Giulietta
Massina, Anna Magnani y tantos otros. Ellos me acompañaron por sus calles y
plazas.
Las películas de romanos de mi
infancia nos hacían viajar a un mundo fantástico de emperadores y esclavos, de
héroes y legiones, gladiadores,
cristianos y fieras.
He paseado por sus villas y calzadas, he admirado sus obras
de arte y edificios públicos, me han aterrorizado sus dioses y llegué a
aborrecer las declinaciones, el rosa-rosae o el Roma-Romae, aprendidas de
memoria. He sudado con las traducciones de César, Tito Livio o Cicerón, que además
siempre andaban de guerras. ¡Qué me importaría a mí!
El latín, un hueso.
Las palabras, sin embargo, un juego:
Omar, ramo, mora, amor, Roma.
La esencia de las cosas
Me dobla, me estruja, y me mete en una bolsa de plástico despidiéndose de mí hasta el invierno siguiente. Pero, ¿qué hace ahora? ¡Esto es nuevo! Me ha quitado el aire, no hay espacio y me ha dejado reducido al tamaño de un raquítico sándwich. No puedo respirar, ni tampoco decir palabra. Montse, mi amor, que quiero acariciarte por las noches en tu cama. ¿Por qué me haces esto?
Le dice a su hija que es un gran invento, que así habrá más espacio para todo en los armarios, incluso que lo va usar para hacer la maleta y viajar con Ryan air sin problemas. Y continúa ese ruido atronador, esa máquina infernal que es el aspirador.
Me ahogo, mi relleno de plumas ha quedado reducido a un guiñapo. No puedo más… ¡Socorro, ayuda! ¡Sáquenme de esta prisión! ¡Llamen a la ambulancia!
Esclavas de piedra
Nadie conocía su secreto. Al anochecer, cuando cerraban el
palacio, abandonaban su posición, a menudo un poco hierática y hacían pequeños
estiramientos, despacio primero y siguiendo un orden cósmico: cabeza, brazos, manos,
piernas y espalda. Se desataban los lazos que sujetaban sus largas melenas y se
desprendían de los pliegues de sus ropajes, para lanzarse todas juntas a unas
correrías sin freno por los jardines circundantes. Danzaban, reían y se
abrazaban al son de una música maravillosa que procedía del mar. Soñaban que
eran humanas. Entre risas comentaban los sucesos del día, qué visitante se
había atrevido a tocarlas y cuántas fotos les habían tomado. No, no eran ninfas,
tal vez no recordaran su origen, pero Selene no se atrevía a reflejarlas.
El convidado
Me enamoré perdidamente de todas en cuanto las vi. No me lo
pensé dos veces, quería pasar el resto de mis días junto a ellas y respirar su
mismo aire. Me desvestí, me coloqué una túnica que encontré tirada, cogí mi iPad 2 en mi mano derecha, en lugar bien visible, cercano al corazón y me
situé el último en la fila, anhelando convertirme en inmortal.
martes, 18 de octubre de 2011
lunes, 17 de octubre de 2011
¡Que seas feliz!
Un abrazo efusivo nos ha separado. Has decidido quedarte a vivir en Ibiza. Tal vez haya sido una decisión algo forzada, pero irrevocable por tu parte.
Recuerdo los años que pasamos juntos, tú siempre tan cerca de mí, en una convivencia perfecta. Jamás, ni en un solo momento, me causaste daño alguno.
Fuiste mi compañero de viaje por diferentes continentes. A mi lado también, en los momentos difíciles, arrullándome con tu suave tintineo.
Hemos vivido múltiples experiencias y, sobre todo, una vida de adultos juntos, inseparables de día y de noche, compartiendo sueños, miedos e inquietudes.
Procedías de anteriores vidas, antiguas historias áureas de herencia materna, fundidas y hechas filigrana por las manos de un artesano orfebre.
De nuevo, un gran amor.
Pensabas que eras demasiado mayor
para volver a ilusionarte como un colegial y, sin embargo, aquí estás, deseando
que regrese pronto, y te salude, y se interese por cómo has pasado el día, y te
haga mil preguntas sin esperar respuestas, pues ella te irá contando, como un
torbellino, todo lo que éste le ha deparado. Y tú la mirarás embobado,
sonriente y orgulloso, sintiéndote cómplice una vez más de los secretos y
confidencias de las que, sin meditarlo demasido, te hace portador. Nunca
hubieras imaginado que, a pesar de la diferencia de edad, podrías congeniar
tanto con otra persona, que te haría reír y
soñar, ni que la vida pudiera volver a cobrar sentido cuando ya la
espalda inicia una leve curva sobre sí misma, independientemente de tu
voluntad, y tus cabellos comienzan a clarear.
La mirarás orgulloso, como los más ancianos
contemplan aquel árbol que sembraron hace ya mucho y que se levanta imbatible
abriendo sus ramas hacia el cielo. Y ella te dirá ¡Abuelo! Y te estampará un
sonoro beso, que te hará el hombre más feliz del universo.
Malén
El bobo
A mi mujer no le gusta que le fastidie sus estrategias, así que opté por callar y seguir haciéndome el muerto.
En la caja se estaba cómodo, pero no podía mover ni un solo músculo. Me picaba la sien y el bigotillo. Empecé a sudar. Decidí pensar en otra cosa para no obsesionarme. Oía muy cerca el fingido llanto de mi esposa. El aroma de las flores me estaba produciendo un sibilino cosquilleo en la nariz.
Cobraremos el seguro de vida y la pensión de viudedad - me había dicho-. Y con eso podremos ir tirando.
Un gran estornudo acabó con la farsa.
Mi mujer terminó el día entre rejas. No me lo perdonará nunca. ¡Ahora sí quiero morirme!
domingo, 16 de octubre de 2011
Atardeceres de Junio
Foto de Lucas Esteban
Aromas de albaricoques, tardes de melocotón, colores de membrillo. Puesta de sol tras la ventana y voy cociendo poco a poco la mermelada. A fuego lento, lentísimo, a la manera tradicional, se va extendiendo el aroma por toda la casa. Año tras año, toda una vida.
Escribo y doy vueltas, escribo y doy
vueltas.
Con mucha delicadeza y cuidado, para
que no se pegue al fondo de la cacerola. Pruebo y añado azúcar. La magia de la
cocción se instala en la cocina. Como las palabras se colocan en nuestros
labios. A solas y sin pedir permiso. Ambiente del atardecer de los largos días
del verano que ya se anuncia. Imágenes de caravanas cruzando desiertos,
dorados, como los albaricoques, como las arenas, como los últimos rayos de este
sol que ya se oculta.
Momentos
Su mente se queda en
blanco, deja la lectura del libro que sostiene sobre las piernas, y contempla
el mar, el horizonte y la isla soñada, a la que nunca puede llegar. Siente la
brisa sobre su rostro y su cuerpo cálido. Puede saborear el gusto del aire y la
sal. Paladea el momento, presiente que esto y sólo esto sea la felicidad.
Instantes que se
escapan y que, de alguna manera, quisiera atrapar para que pervivan en su
memoria y no pasen al olvido. Para poder recordarlos, cuando le sea preciso.
De la lista de
relámpagos radiantes que se han deslizado, veloces, por su vida intuye que este
merecería el primer lugar.
Otro mundo
La joven de las trenzas se separó de sus compañeros y siguió
sola. Le atraía aquel lugar. El mar y el jardín secreto. Le gustaba soñar y se
encontraba en el escenario perfecto. Prefería escuchar los sonidos de la
naturaleza que no el parloteo incesante de sus compañeros.
Se sentó en un banco y cerró los ojos. La sombra de los
árboles bailaba en su rostro. Se dejó llevar. Se sintió la dueña del jardín
olvidado, princesa rescatada de los piratas y justiciera, compañera de Robín.
Hada y bruja. Maga de pócimas florales y elfo saltarín. Incansable hormiga trabajadora y cigarra
cantarina bajo el sol estival…
-Lucrecia, ¿qué haces ahí sola? –El profesor de botánica la
regañó. ¡Vuelve con los demás!
Pero ella ya no podía regresar.
Ondas de esperanza
La radio de mi casa era de madera oscura,
grande y lustrosa. Ocupaba una pequeña mesa para ella sola. Tenía ruedas como
botones en la parte baja, su centro era blandito, de tela de hilos
entrecruzados por donde salían las voces y justo debajo se situaba la línea de
números con luz, donde el dial se iba parando. Aquí está Radio España
Independiente, allá en aquéllos alejados, Radio París.
Una caja rectangular que era la reina de
la estancia. A su alrededor cada noche se sentaban los mayores de mi casa. Para
todos, la histórica protagonista de un mundo lleno de magia y esperanza.
Confesiones
Sentado en
la escalera escuchaba tu voz a hurtadillas, sin que te dieras cuenta. Le leías
cada noche un fragmento de novela al abuelo.
Tu voz
melodiosa rompía el silencio.
Yo apenas entendía nada de lo que decías y me retiraba pronto
a dormir, arrullado por vuestra
presencia.
Un diluvio pasado por letras
Cuarenta días con sus noches duró la tormenta, el diluvio universal, como lo llamaría posteriormente la historia sagrada.
Noé, aburrido de tanta lluvia, sacó las tablas. Quería distraerse.
-Menuda transgresión a las leyes naturales -exclamó dejándolas de lado.
Y se dispuso a leer una novela.
Tormenta
Mi amor por la lectura se ha convertido en una auténtica obsesión -según mi madre-. “Completamente enajenado” dice que estoy.
Anoche me encontró en el jardín, luchando contra la tormenta, al grito de “Con diez cañones…”
Me transformo, me desubico y me siento protagonista de los libros que vivo.
Tarros de luz
En aquella extraña tienda se prestaba
cualquier producto que uno necesitara con urgencia. Esperaban expuestos en las
estanterías: botes de risas, de abrazos, tarros de luz, de mimos...
Aquel día Amanda ansiaba la luz solar. No
soportaba tener que vivir en un lugar tan frío y triste. La mortecina claridad la convertía en un ser anodino. Necesitaba la
energía de los rayos del sol. Quería pasear y vibrar con los brillantes colores
del verano, que no podía disfrutar. Sentía nostalgia de su tierra, allá en el
lejano sur.
También se llevó la luz de la luna llena
para colgarla de su ventana, por si le apetecía bailar descalza, y la brisa del
mar, para que le acompañara.
martes, 11 de octubre de 2011
A la hora de las estrellas
Era un camafeo chino de jade y plata. Se lo había traído de regalo en uno de sus viajes por Oriente. En su interior se escondía un reloj. Según su tía era una pieza muy antigua y apreciada. Poseía propiedades mágicas. Nunca hizo caso de aquellas supersticiones y en pocas ocasiones lo lució, aunque le supo mal perderlo. El murmullo de voces familiares se había ido apagando, ya no estaban, habían desaparecido y el fantasma con ellos. (Enviado por Magdalena Carrillo Puig)
Fragmento elegido para formar parte de la historia completa iniciada por Ángeles Mastretta
publicado en el País
Fragmento elegido para formar parte de la historia completa iniciada por Ángeles Mastretta
publicado en el País
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