lunes, 12 de octubre de 2020

Cosas que no te he dicho

 No me creo que ya no estés, amiga. Sigo hablando contigo y te miro

 en las fotos y no me hago a la idea de no verte más. No me has dado

 tiempo. Estoy tristísima y desconsolada. Espero que allá donde estés

 sepas que te echo muchísimo de menos.

Me pongo tu túnica de color calabaza, la que me regalaste por mi

 cumpleaños y nos vamos, Mari, a ver la exposición. Te encantará.

 En Deià, como en los viejos tiempos.

Volvemos a ser jóvenes en tu seiscientos por la carretera estrecha y llena de curvas. Qué mal conducías, por cierto, de joven y de mayor, hay cosas que al parecer no se aprenden nunca. Sin embargo tenías una especial habilidad para las manualidades. Tu despacho era una merecería con infinidad de cajoncitos, estantes y colgadores repletos de hilos, agujas, retales, lanas y objetos insospechados a los que yo no sabría darles ninguna utilidad. Y con la escritura, la fotografía y la informática, igual; se te dieron bien enseguida. Así que tal vez las habilidades y destrezas no se escojan, sino que ellas lo hacen con nosotros.

Siempre compartíamos películas, sueños y lecturas, eran nuestras otras vidas y también, los bailes en el Sant Germain, la disco vecina donde nos dejaban pasar porque no había nadie y así animábamos el ambiente. Tan jóvenes.

Ahora no podías leer ni caminar y, a temporadas, tampoco podías hablar.

Pero antes de todo esto habíamos compartido muchas cosas. Recuerdo aquel viaje a París que hice en solitario desde Mallorca, tu hijo Pablo era todavía un bebé. Allí vivíais entonces. Y los veranos que veníais todos aquí y los días se alargaban en la playa y Michel, atareado con todos los niños, les enseñaba a pescar en el muelle. Niños, meriendas y amigos.

Ocupamos nuestra vida con la vocación de enseñar e intentar que la escuela y nuestras clases fueran de otra manera, mejores. Nos hicimos blogueras y  eligieron tu proyecto escolar para un premio Espiral en Cataluña. Y nuestros chicos se hicieron hombres. Y seguíamos compartiendo risas, amistad y viajes. Te encantaba caminar y salir de excursión, ahora no podías. Eras una gran teatrera y aunque estuvieras jubilada, seguías disfrazándote para contarles cuentos a los peques el día del libro. Tu cole, además,  tenía nombre de cuento: Arbre blanc. Un nombre vapososo del color de tus cabellos. Siempre celebrabas la vida, siempre.

Querías irte sin sufrir, tranquilamente, sin que te alargaran la vida de manera artificial, en casa, con los tuyos. Y así ha sido.

Nos dejas solos con nuestras emociones.

Siempre estarás ahí y siempre seguiré soñándote, juntas.