martes, 9 de diciembre de 2014

La domadora de pájaros

                                                                         Christian Schloe
Beatrice no creía que tuviera que ver con su manera de ir vestida ni con el hecho de ser  joven o de que les encantase su hierática figura y pudieran confundirla con una estatua. Nada de eso. Le había pasado tantas veces que no podía ser casual. Quizá se tratara del lugar que elegía, el punto de fuga o la sección áurea. Era un misterio.
Todos los pájaros del jardín acudían cuando ella salía a jugar con su aro. No les importaba que lo girase alrededor de su cintura o que le resbalara hasta los pies en un torbellino imparable, ya que permanecían impasibles y maravillados con sus movimientos hasta que ella se cansaba y dejaba de jugar. Los volantes de su falda recuperaban su forma inicial tras el desenfreno y alboroto. Entonces el aire enmudecía, cesaban los trinos, regresaban a sus ramas y se acababa la magia.

domingo, 16 de noviembre de 2014

JUNTOS










Se siguen apoyando el uno en el otro como cuando eran jóvenes. Ahora ya no hay sueños ni mariposas ni desavenencias. El paso del tiempo se acompasa con el del sonido del bastón y el de ese lento caminar hacia el último viaje, siempre juntos.

PEQUEÑOS DETALLES


Era nuestra primera cita en un restaurante de moda.  Los contactos vía internet resultan muy impersonales. He de reconocer que toda ella me atraía. Pedimos los entrantes mientras degustábamos un aperitivo. Quería que saliera bien, pero estaba demasiado nervioso. La veía desnuda acariciando su copa fría. Mi mente iba muy rápida. La conversación era intranscendente. Desmenuzaba mi roti  y ella sorbía su vichyssoisse con devoción. La imaginaba en otro contexto devorándome entero.  


Y entonces sucedió, el picor de mi nariz se convirtió en un estruendoso estornudo propulsor de  la ensalada que acompañaba mi plato. La despedida fue en verde.


lunes, 10 de noviembre de 2014

Corazones mayas

                                                
Ajenas a la realidad indígena guatemalteca, llegamos un verano al país, ya hace muchos años, como cooperantes en educación, con nuestras maletas rebosantes de ideas, materiales e ilusiones y entusiasmadas con el proyecto. Como buenas y concienciadas maestras, suponíamos que íbamos a dejar lo mejor de nosotras mismas en esas tierras. No sabíamos la huella que marcaría dicha experiencia en nuestras vidas, ni siquiera que nuestras mochilas saldrían del país más cargadas que a la llegada.
La organización de Ensenyants solidaris  con quienes colaborábamos nos trazó nuestro plan de trabajo a lo largo de diferentes escuelas de comunidades rurales situadas en distintos departamentos del país. Visitaríamos los centros para realizar in situ capacitaciones profesionales  –cursos de reciclaje–  a los maestros de la zona, viviríamos en sus casas y les acompañaríamos en su quehacer cotidiano.
Deseosas de pasar a la acción y de verlo todo con nuestros propios ojos, iniciamos la aventura por el país a bordo de gua-guas que deberían haber pasado a mejor vida y que iban repletas hasta los topes por carreteras que no merecían tal nombre.
En esas camionetas destartaladas comprendimos la discriminación racial que soportaban los indígenas cuando el conductor mandó levantarse a una anciana ataviada con el traje típico: el huipil y el corte que representa a su etnia, para que nos sentáramos nosotras. No sólo no lo consentimos sino que se convirtió en blanco de nuestras críticas mientras duró el trayecto y así, sin darnos cuenta, empezó nuestro aprendizaje de otra realidad inconcebible para nuestras civilizadas mentes europeas: veintiuna lenguas indígenas y otros tantos grupos mayas, diferenciados no solo por su habla sino por su ubicación, costumbres y vestimenta.
El paisaje pasaba rápido por las ventanillas al tiempo que nuestras retinas intentaban atrapar tanta belleza y tonos verdes salpicados de coloristas indumentarias. El país nos atrapó desde el primer momento que salimos a descubrirlo: volcanes, lagos, montañas, selvas y milpas, pero sobre todo por sus personas, tan sencillas y dignas. 
Conocimos la organización de viudas guatemaltecas (CONAVIGUA), luchadoras infatigables por los derechos de los indígenas y convivimos un tiempo con los niños del orfanato que mantenían en El Quiché, una de las zonas más golpeadas por los militares. Ellas siguen y prosiguen luchando por el reconocimiento de la justicia y dignificación de las víctimas del conflicto armado.
Nuestras ideas europeas y nuestros objetivos fueron cambiando con la diaria convivencia. La tempestad tropical nos empujó a través de caminos sin asfalto  y casas de paredes de palma. Nos hicimos al día a día de nuestras compañeras: la familia y las clases, los frijoles y los cursos,  los mosquitos y la malaria,  las carencias sanitarias y el  agua no potable de los pozos. Conocíamos las desdichas, pero no tantas ni tan juntas.
Lo que menos nos importaba a la caída de la noche no era el hecho de no tener electricidad, algo habitual en los poblados, ni aseos ni agua corriente, o de que las ratas pasearan impunes por los tejados, sino la imposibilidad de poder realizar todo lo que queríamos. Y queríamos acompañar al médico -que estaba muy lejos y solo una vez a la semana-  al pequeño de la casa, y poder multiplicarnos porque los ancianos de la comunidad deseaban aprender las letras y no conocían el español.  
Nos sentíamos muy alejadas de los objetivos del milenio, a aquellas tierras no habían llegado; y nuestro esfuerzo y trabajo, solo eran meros parches. No podíamos apartar la idea de que nosotras volveríamos al cabo de un tiempo a nuestras cómodas vidas y ellos continuarían igual, subsistiendo a duras penas por haber nacido en una latitud diferente. 
Y desde la distancia comprendimos que Guatemala son sus niños y niñas, esos que van descalzos a la escuela para comer caliente una vez al día, y que juegan, ríen y aprenden; y, al acabar su jornada escolar,  los encuentras vendiendo en el mercado, o llevando el grano de maíz de la cosecha familiar al molino y que, a pesar de que han crecido a fuerza de necesidad, siempre te muestran sus mejores sonrisas.
Y Guatemala son sus maestras, que con más voluntad que medios desarrollan su trabajo. Que te bendicen a toda hora aunque no seas creyente y comparten lo poco que tienen contigo. Que van a la iglesia a hacer ofrendas y a rezar a sus santos, además de creer en la diosa madre: la tierra y la naturaleza.
Aprendimos de todos ellos, de sus necesidades y carencias, y sin darnos cuenta fuimos dejando nuestro corazón en todos los lugares recónditos que recorrimos y en todas las personas que nos abrieron las puertas de sus casas y nos contaron su historia: la de los orgullosos mayas, azotados por tantos años de guerra civil, y casi exterminados. Los que sobrevivieron se quedaron sin casas, sin pueblos, sin derechos. Constituyen las comunidades desarraigadas. Se inició la reconstrucción, pero aún lloran a sus muertos. No descansarán hasta haberles dado digna sepultura.
Y por todos ellos regresamos el siguiente verano y otro más. Habíamos dejado nuestro cariño repartido entre los moradores de los poblados y nuestras promesas por cumplir en los próximos viajes.
Por eso, los seguimos llevando muy dentro, formando parte de nosotras, de nuestros corazones, ahora también mayas.


Imágenes encadenadas



Lluvia, sueños, recuerdos. Recuerdos infantiles como los del poema de Machado. No, aquí no huele a tierra mojada, es el pavimento que forma charcos. Charcos que son océanos como decía Benedetti a propósito de la infancia y el tiempo. Nostalgia del tiempo pasado, que la lluvia aclara y hace brotar límpido y nuevo. 

miércoles, 26 de marzo de 2014

Eterna amiga y compañera


Estoy convencida de que descansas sobre una vaporosa nube de algodón con tu larga melena roja flotando al viento. Imagino  que  las aves,  las flores y  las mariposas se acunan ahí jugando a enredarse en ella. Y mientras te hacen trenzas, te susurran historias y sueños, y te ríes porque tú eres así: alegre, jovial y bienhechora. Y la brisa  te acaricia suavecito. Y nos verás a todos los que te queremos, y recordarás divertida los chistes de pacientes y doctores que nos contabas en el tiempo del recreo. O cuando entonabas una melodía a capela, y algunos compañeros te seguían y,  juntas las voces, nos maravillaban. O aquella noche oscura de invierno en que espantamos al profesor Bacterio cuando aparcamos tu coche bajo el algarrobo del instituto, disfrazadas de no sé qué monstruitas y él salió huyendo despavorido porque no nos reconoció, y realmente parecíamos auténticas y malvadas brujas de cuento, eso sí,  atacadas por la risa. Y cantarás bien fuerte para que no nos sintamos tristes y solos. Y tu cuerpo se mecerá plácido en el firmamento. Y recordaremos tu risa de cascabeles y tú tampoco te sentirás sola porque todos los que te queremos te llevaremos dentro. Serás para siempre un pedacito de cielo y una brillante melodía en nuestro corazón.

miércoles, 12 de marzo de 2014

Un preciado regalo





La rosa que acababa de descubrir bien centrada en su nalga derecha no podía augurar nada bueno, le anunciaba la llegada de una primavera plagada de virus de rubeola, varicela y demás, que a ella se le manifestaba en la forma de un herpes magnífico. Harta de enfadarse consigo misma y con el mundo, y dada su original ubicación, se sacudió la vergüenza y buscó un jardinero.

lunes, 10 de marzo de 2014

Mis ojos son tuyos

                                                                                   Jumeirah Port de Sóller, 29 de septiembre


                                                                   Caspar David Friedrich
Querida mía:

El día se alarga en esta costa acantilada del oeste de la isla como racimos de uva madura que  no quiere ser recogida; del mismo modo, el sol no desea despedirse del verano. La atmósfera continúa cálida y el mar, siempre presente allá donde mires, le hace guiños al astro solar, incitándome también al baño. Es tiempo de membrillos y manzanas reinetas. Es tiempo de vendimia, de catar  juntos los mejores caldos. Septiembre. Y yo estoy sin ti, en este trozo de paraíso mediterráneo que se llama Mallorca. Y te quiero saborear, aunque estés lejos, con mi nostalgia.
Esta mañana, contemplaba el paisaje desde aquí, donde cielo y mar se unen entre aroma de pinos, y  me he sentido tan atrapado que no he podido hacer nada más. Lo miraba por los dos, pensando que este valle es uno de los lugares más bellos del mundo y echándote de menos. Tu risa cantarina sería el mejor regalo para mis oídos y tu presencia, para mis viejos huesos. No ha podido ser y me conformo. Aún así, te lo describo porque sé que te encanta y mi vista es también  la tuya, y te cuento y te cuento para que luego tú imagines, con los ojos de los sueños, los mejores relatos. Dominan el verde, el blanco y  el azul. Cielo limpio y nubes de algodón, como a ti te gustan, recién estrenado un nuevo día. Tú descubrirías navíos que surcan mares y continentes remotos; piratas que trepan por el velamen y caballeros que rescatan damas en torres vigías suspendidas sobre acantilados imposibles. Y nubes que representan formas de ancianas bondadosas y que pasan veloces porque las reclaman en sus lejanos cuentos.
Al atardecer las montañas se tornan rojizas y he creído reconocer la luz cálida del ambiente de los largos días de estío, que tú transformarías en imágenes de caravanas cruzando desiertos dorados como el color de los albaricoques o el de las arenas, o como los últimos rayos de este sol que ya se oculta tras el horizonte marino, dándose un único y majestuoso baño. Y yo te cruzo a ti, y tu piel es terciopelo cálido con sabor a melocotón maduro.  Y quiero sumergirme contigo en aguas atestadas de sirenas y descubrir para ti, tesoros e islas desiertas. Y te codicio así, soñadora y valiente; libre y espontánea como las palabras que se ocultan en tus labios y que yo descubro y relamo a placer sin pedirte permiso.
Después de tantos años juntos, creo que me atrevo a proclamar a los cuatro vientos que eres la hechicera de mi vida, mi protectora, mi estrella polar,  mi faro… La magia de tus relatos me hace mejor persona, me quita miedos y pesadillas. Eres, sin duda, el mejor destino soñado nunca, el paisaje más plácido y ya sabes… que mis ojos son tuyos y mis médulas, como diría Quevedo,  también.
                                                                                 Tu fiel contemplador, amante y compañero


Nota: texto escrito en alfabeto braille

domingo, 9 de marzo de 2014

Para mi amiga María Salud


Reconocimiento
Es tiempo de hacer una pausa en nuestro trayecto vital imparable, de respirar profunda y serenamente y pensar en: 
Agradecerle a la vida todo lo que nos ha dado y aquello que con tanto esfuerzo hemos conseguido. 
Agradecer las familias que hemos creado. 
Agradecer que ambas seamos mujeres, luchadoras y orgullosas de serlo. 
Agradecerte que seas sensible, alegre, optimista y jovial. 
Agradecer las amistades comunes. 
Agradecer que nos encante leer e imaginar tantos lugares y vidas distintas, para poder vivirlas un poquito como si fueran nuestras. 
Agradecer que nos guste soñar y gozar con pequeñas cosas, entusiasmarnos y seguir pensando que otros mundos son posibles. 
Agradecer que nos gusten las sorpresas y también, planificar viajes. 
Agradecerte que me hayas enseñado colores, músicas y canciones. 
Agradecerte que hayas compartido conmigo tanto tiempo de nuestras vidas. 
Agradecerte la seguridad que me ofreces al tenerte como “mi amiga” y poder contar contigo siempre, en los buenos y malos momentos. Y tantas otras cosas que se me olvidan, seguro, en el tintero, pero ahí están, como el poso en los vinos con solera. 
No te muevas sin mí, no avances ni cambies, espérame que te pillo enseguida, quédate ahí; ahí, porque aún nos faltan unos cuantos años… para seguir recorriendo juntas el camino. 
                                                                                                               Te quiere,                                                                                                                                          Malén