lunes, 11 de marzo de 2019

Cimarrones


La casa de Liliana Zerquera parecía esconder muchas vidas entre sus viejas paredes. La elegí cuando buscaba habitaciones por internet en Trinidad, precioso enclave colonial de Cuba. Me gustó su nombre, sonaba muy musical y era, además, el de su actual propietaria.
Nada más atravesar el gran portón de entrada que daba a la calle adoquinada por donde llegamos arrastrando nuestros pies y maletas, nos sentimos trasladados a otra época, muy lejana en la historia.
Nos recibió la dueña, Liliana, en una gran sala a la que daban las habitaciones de la familia. El tiempo se había detenido entre aquellos suelos, muebles y cortinajes. Desde allí y a través de una gran puerta con vitrales se accedía al amplio salón comedor, abierto totalmente al patio. En este último, mirando al pozo, se encontraban nuestras dos habitaciones.
Enseguida me sentí muy a gusto, parecía que la casa nos estuviera esperando. Dejé mis bártulos y me senté en una de las mecedoras como si fuera mi propio domicilio.
Liliana, una señora de unos cincuenta años de aspecto muy agradable, blanca, distinguida, con el pelo encanecido anticipadamente, y unos ojos brillantes y curiosos empezó a contarme su vida como si fuera un reencuentro de viejas amigas.
No me extrañó, puesto que me sentí fascinada desde el primer momento por aquel ambiente. Su marido, un apuesto joven, se ocupaba del bar y la cocina.
La madre, una anciana con Alzhéimer, paseaba incansable de un lado a otro como un vestigio más en la fantasmagórica visión del pasado que se cobijaba bajo esos altos techos.
“Ríete tú del realismo mágico o de Isabel Allende y su Casa de los espíritus”, –recuerdo que pensé mientras la observaba–, pues era todo un personaje novelesco.
Yo me mecía en el balancín de madera mientras Liliana me acompañaba, sentada también en otro y me iba contando:
“La casa fue construida en 1808 y también se la conoce como La Casa del Historiador, mantiene intacta su arquitectura de la época, sus vitrales, muebles, piso original, patio central, pozo…”
De todo ello ya me había dado cuenta yo nada más entrar. Sin necesidad de explicaciones. Ella seguía a lo suyo y mis ojos no sabían dónde descansar.  Lo miraba absolutamente todo y estaba hechizada.   
“Aquí vivieron mis abuelos y mis padres, mírala, la pobrecita, como está, cada vez peor –se lamentaba al tiempo que señalaba a la viejecita con demencia, que era su madre–. Mi padre, Carlos Joaquín Zerquera, el historiador oficial, licenciado y genealogista colaboró en la investigación y organización del Archivo de Historia de la villa, buscando documentos originales en el Archivo de Indias de Sevilla y trabajando en la restauración y creación de los museos en Trinidad. También, en la restauración y conservación de la ciudad en general, labor esencial para que la misma alcanzara la condición de Patrimonio Cultural de la Humanidad…”
Mis ojos se cerraron cuando escuché la palabra Constantinopla, como en la película de Woody Allen, La maldición del escorpión de jade, donde  hipnotizan a la protagonista al oír una palabra.
Sé perfectamente que es de muy mala educación dormirse cuando le hablan a una, pero el cansancio del viaje, el suave balanceo de la mecedora y el tono monocorde con el que desgranaba una historia tan antigua, –pues se había remontado a la genealogía de su familia en el Bizancio del siglo VI–, hicieron mella en mí y me quedé profundamente dormida.
Mis compañeros de viaje descansaban en sus respectivas habitaciones, que era lo que yo tendría que haber hecho si mi curiosidad y mi gusto por las historias no me hubieran llevado de cháchara con la dueña.
Ella, la oía lejana en sueños, seguía con la Rusia zarista y el exilio en Francia. “¡Pobre nobleza desnortada, gracias a que hablaba francés y pudo asentarse allí, huyendo de la revolución!” –pensaba yo en sueños.
Porque mi sueño sucedía en un ingenio del valle próximo a Trinidad, donde la clase privilegiada poseía las plantaciones de azúcar cultivadas por los esclavos. Esclavos negros africanos de los que conocemos sus terribles condiciones de vida por la literatura y el  cine. Eran los cimarrones que, en su huida, se habían escondido en la cocina y en el patio de la casa de Liliana Zerquera.   
–¡Sois libres! –les arengaba yo, que me aparecía bien mulata,  con el pelo ensortijado más negro todavía, recogido tras una amplia cinta, mientras les servía la comida en la mesa contoneando las caderas–. La esclavitud en las colonias fue abolida por el Congreso en 1880. ¡No debéis preocuparos! ¡No tengáis miedo!
Mi voz sonaba tan pasional como la de Aretha Franklin. Poderosa, espléndida y cautivadora. Me entraron ganas de entonar un himno libertario. O de iniciar una ceremonia ritual dando vueltas bajo una ceiba, cosa imposible, pues no la había en la casa de Liliana Zerquera.
Ellos, estupefactos,  me miraban sin comprender bien lo que les decía, como si estuviera chiflada. ¿Tal vez aún no se había decretado la abolición de la esclavitud? Estaba confusa. ¿En qué año me encontraba?
Me sacó del aturdimiento la tosecilla de mi anfitriona, mientras yo, sin querer, me despertaba de una violenta cabezada.
Los retratos de los antepasados de Liliana colgaban de las paredes y me miraban con muy poca simpatía.
          –Querida, creo que le sentaría bien una limonada. Parece usted muy agitada.
Me contemplé de refilón en el espejo de un mueble antiguo, pero ya se había evaporado la magia. Mi imagen no era la misma que recordaba del sueño. ¡Me cachis, mira que estaba guapa tan morenaza y con el ritmo recorriendo todas mis venas!–pensé con nostalgia de mi otro físico.

           –¡Ya lo creo! –le contesté–. Muchas gracias, Liliana, mejor un cafecito con unas gotas de ron.
Aunque…, disculpe mi indiscreción, ¿no se mezclaron sus ascendientes? ¿No existe un mestizaje biogenético entre sus antepasados? O... ¿tal vez,  algún propietario  de  la industria azucarera?
Eso sí lo explicaría todo, –me respondí, confiada, a mí misma.










12 comentarios:

  1. Chulísimo! Y con las fotos ya parece que haya estado ahí!

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  2. Eres unica con los relatos cortos, me gusta como vas tejiendo las historias y las salpicaduras con la magia de los sueños.

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  3. Me encanta! Me has hecho viajar contigo y mecerme en la magia, escuchando a Liliana y a ti. Gracias

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  4. Me parece muy bonito. Yo también me he trasladado al patio de Liliana , junto al pozo , entre plantas colgantes y recuerdos de antepasados.

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  5. Muchas gracias, Eva, te encantaría.

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  6. Muy chulo. Así viajamos sin movernos del sofá. Tu Liliana y la mía no sé parecen en nada. Un abrazo!!!

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