Una piensa que llegada a una edad ya lo ha visto casi todo, o que sabe bastante de algunas cosas y… no, no es cierto para nada, puesto que desconocemos los avatares de la edad que atravesamos hasta que estamos bien metidos en ella.
Es verdad que nos sorprenden a diario los derroteros del mundo en el que vivimos, pero la máxima sorpresa es la que nos afecta a nuestra vida en minúscula y una de ellas es que: EL FISIOTERAPEUTA TE ACOMPAÑARÁ HASTA EL FINAL DE TUS DÍAS.
Así en mayúsculas, porque el tema es fuerte si tienes malísimamente mal los huesos, cosa que suele ocurrir en esta edades: rodillas, caderas, articulaciones que ni sabías que tenías…
Así que si habías obviado el psicoanálisis o la psicóloga de cabecera a lo largo de tu vida porque no iba contigo, el ejercicio con el fisio no se lo salta nadie, y este se convierte en tu compañero de fatigas, nunca mejor dicho.
Ejercicios de fuerza, de movilidad y de refuerzo muscular para evitar un deterioro mayor y evitar intervenciones y prótesis a toda costa.
Así que ya puestos a la faena, decides matar dos pájaros de un tiro y al fisio le cuentas tu vida y le comes la oreja, al tiempo que él te corrige posturas y te pone más peso en la máquina a ver si cierras el pico de una vez.
Y entonces va y te dice tu hijo, que es el ideólogo de todo esto: “mamá si no callas es que no te cuesta”.
Y tú ya te estás arrepintiendo de haberle comentado que a tu fisio, tan majo, le gusta mucho escucharte. Y les dices a ambos que le echas mucho énfasis y entusiasmo para que te dejen tranquila.
Y es que resulta que en estas edades nuestros hijos se convierten en nuestros padres. El fisio le pasa a mi hijo el resumen de actividades y la valoración de mi esfuerzo como en el cole.
Así que de una tiranía caemos de nuevo en otra.
Dedicat a Adrià Pereira, el meu fisio inspirador
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