domingo, 7 de febrero de 2021

Tus abuelos: mandarinas y caramelos

 


Tienes una carita redonda, de luna bien llena. Tu abuela se asoma y reconoce en ti a sus hijos cuando eran pequeños, y a sus nietos, también bebés. Se estremece feliz hasta la médula. Eres la continuidad familiar, el eslabón más pequeño. Solo te mira y se le ilumina la cara. Te cuenta historias y te canta todo el rato y no se le despinta jamás la sonrisa.  Tú te ríes siempre con ella. Es camaleónica, unas veces parece un gato, de tremendos ojos, otras un cocodrilo o un forzudo orangután. No conoces aún tantos animales, pero te encantan los movimientos que hace con su cuerpo y sus voces diferentes y sorpresivas. Es una saltimbanqui. Te gusta mucho que el abuelo aplauda la actuación. Los miras a ambos y te lo pasas tan bien que no puedes parar de carcajearte. Te encanta estar con ellos. Los brazos de tu abuelo, a la hora de acunarte, son tan cómodos y blanditos como una mecedora. Te agarra y se te cierran los ojos enseguida que se inicia el suave balanceo. No puedes mantenerlos abiertos y los apagas como si fueran dos estrellas a la luz del día. Ya sabes que es un hipnotizador y un mago, estás convencida de ello. Te inunda su olor a montaña, a árboles, a campo. Te invita a soñar. Y tú, sin darte cuenta, eres tan dulce que hueles a almendras garrapiñadas y mantecadas. Te comerían a besos. Sueñas y cantas tonadillas infantiles y el mundo es mejor, lleno de flores, colores, arco iris, nubes de algodón y pájaros. Y la ilusión de tus abuelos, su alegría y el aroma a azúcar caramelizado se extienden por toda la casa mientras tú descansas.

Para la pequeña Carmen

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