martes, 4 de junio de 2019

Una persona muy especial




Había una vez... Un pequeño pueblo llamado Jesús Pobre que tenía una pequeña escuela, pero no tenía maestra. Duraban poco las que mandaba el ministerio, pues habían de hacer cosas importantes en otros lugares más grandes, además allí se aburrían.
Un buen día llegó una joven maestra de cabellos rojos muy cargada con sus repletas maletas y baúles.

Le gustaron mucho la montaña, el cielo, las estrellas, el mar cercano y los niños. Sobre todo, los niños.
–"Aquí seré feliz" –aseguró convencida– y se quedó a vivir en el pueblo muy, pero que muy contenta. Sacó, de sus bolsas tan llenas, montones de cosas extrañas como poesías, sonrisas, pinturas, ilusiones, cuentos, música, buenas palabras y deseos. Toneladas de abrazos. Y empezó a repartir a troche y moche.
Pintó de colorines la escoleta y sembró muchas flores y un huerto. Pronto creció un campo de deportes y de juegos, una estación meteorológica, un corral para los animales y un laboratorio de idiomas. Todos los niños estaban muy felices y se lo pasaban requetebién aprendiendo.
Si hacía mucho calor se sentaban a la sombra de los árboles, cantaban y dejaban volar su imaginación hasta que los pájaros se aprendían de memoria las tablas de multiplicar. 
Con ella era muy fácil saberse los países, ríos y cordilleras, mares y océanos porque los continentes de los mapas cobraban vida cuando  los tocaba con sus manos. 
Si llovía abrían paraguas de colores y formaban casitas como los esquimales y sin darse cuenta aprendían el nombre de las estrellas que no se fugaban. Los graves problemas matemáticos se resolvían jugando a la rayuela o al escondite, que eran juegos muy difíciles.  
Así, entre nubes, cuentos, música y magia fueron pasando los días y los años. Los niños y las niñas se hicieron hombres y mujeres.
–"Ya va siendo hora de marcharme –les dijo la maestra–. Es tarde y he de seguir mi camino. Aquí ya no me necesitáis". 
El tiempo se había encargado de pintar de blanco sus rojos cabellos. Recogió sus bártulos cargados ahora de muchas risas y abrazos.
Los niños hicieron una gran fiesta de despedida en el patio, donde la magia se apoderó de todos los presentes que jugaron y bailaron hasta que ya no pudieron más.
El viento repetía las voces de los niños: 
¡Hasta siempre Tica! Nunca te olvidaremos


Ilustraciones de Mata Montañá y Tanja Stephani

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