Se levantó temprano como era su costumbre. Quería acabar la colada de la ropa de invierno que pronto
iba a necesitar. El pan ya estaba en el horno. Había llovido durante toda la noche y el viento arrastraba las
hojas caídas de los árboles, produciendo un sonido que le recordaba el siseo de las monótonas letanías religiosas. Pondría en marcha la secadora. Salió al
jardín a contemplar cómo amanecía el día con la taza de café en la mano. Aún
era de noche. Un ruido irreconocible la dejó sin aliento. Vio el brillo de unos
ojos que la contemplaban agazapados tras el seto. Solo se percató de que iba muy
sucio. Ya no tendría que lavar ropa nunca más.
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