“Cómo se pasa la vida…”
Mientras el coche la lanzaba por los aires, las imágenes de toda
una vida pasaron por su cabeza en unos breves segundos. Le dio tiempo a creer que
igual ya no la contaría más. Notó una angustia atrapada en su interior y vio a
sus padres cuando ella era una niña. Creyó que se reuniría pronto con ellos.
Pensó que no llegaría a la hora acordada para ir a la playa y sus amigas se
quedarían esperándola. A ella no le gustaba retrasarse. “Me mato, me mato, de
esta no salgo”.
Después el aterrizaje, el golpe, el dolor con la cara pegada
al asfalto, sin tiempo para reaccionar, ni parar de alguna manera el impacto.
La moto quedó tirada, retorcida, pero ella en aquel momento se encontraba
entera. Pensaba, estaba consciente, sentía su cuerpo dolorido y no había visto
el túnel. Aún no era el momento. Por fortuna ningún otro coche le pasó por
encima. Pronto vinieron a socorrerla los ocupantes del vehículo que tan
ágilmente había sobrevolado y la llevaron a la Cruz roja.
La recuperación del brazo roto y la cara fue lenta, muy lenta.
Los días se hacían eternos, apenas podía
moverse, ni salir de casa. Tenía la cara desfigurada.
Tras aquel accidente, se sucedieron los años veloces como un
soplido. Recordaba aquellos momentos en los que el tiempo se queda congelado,
prisionero de recuerdos, momentos felices que pasan vertiginosos, y los
horribles, que su mente había desechado para no se instalaran en ella.
Desde la distancia, le parecía que la vida había pasado muy
rápida, tanto que, apenas había tenido tiempo de aprehenderla y ya huía, resuelta,
de ella.
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