Nadie conocía su secreto. Al anochecer, cuando cerraban el
palacio, abandonaban su posición, a menudo un poco hierática y hacían pequeños
estiramientos, despacio primero y siguiendo un orden cósmico: cabeza, brazos, manos,
piernas y espalda. Se desataban los lazos que sujetaban sus largas melenas y se
desprendían de los pliegues de sus ropajes, para lanzarse todas juntas a unas
correrías sin freno por los jardines circundantes. Danzaban, reían y se
abrazaban al son de una música maravillosa que procedía del mar. Soñaban que
eran humanas. Entre risas comentaban los sucesos del día, qué visitante se
había atrevido a tocarlas y cuántas fotos les habían tomado. No, no eran ninfas,
tal vez no recordaran su origen, pero Selene no se atrevía a reflejarlas.
El convidado
Me enamoré perdidamente de todas en cuanto las vi. No me lo
pensé dos veces, quería pasar el resto de mis días junto a ellas y respirar su
mismo aire. Me desvestí, me coloqué una túnica que encontré tirada, cogí mi iPad 2 en mi mano derecha, en lugar bien visible, cercano al corazón y me
situé el último en la fila, anhelando convertirme en inmortal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario