La tradicional cena de Nochebuena se celebraba, como siempre,
en casa de la jefa del clan, mi suegra. No soporto esas falsas celebraciones
con parientes políticos a los que no vemos el resto del año y en las que todo
el mundo simula con una aparente alegría que nos llevamos maravillosamente
bien, cuando en realidad nos despellejamos vivos. Por eso, cuando crucé el
umbral y me asaltó como una bofetada el aire consumista del abeto repleto de
regalos en el salón, retrocedí sobre mis pasos automáticamente, sin saber muy
bien lo que hacía. No podía soportar todo aquello, me asfixiaba tanta hipocresía.
Solté las bandejas en las que llevaba una selección de aperitivos
carísimos y salí corriendo como una
auténtica enajenada. Aún no he parado de hacerlo.
Pues no entiendo el por qué de la desestimación, yo lo encuentro muy bueno. A mí me desestimaron otro que me gustaba. Ni caso, Maga.
ResponderEliminar