Cuando el alto ejecutivo se encontró con su contrato rescindido sin preaviso, no solo se quedó sin trabajo, sin casa y sin su deportivo favorito, sino también sin alma. Había hipotecado su vida y ahora no tenía otra de repuesto.
Se trasladó a una cueva en la montaña, símbolo de su vacío interior, con la consigna vital de intentar sobrevivir al margen de la sociedad.
Únicamente duró una semana.
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