Cuecen
el pan a la antigua usanza, con leña. Son hogazas y barras de
diferentes tipos: blanco, integral y moreno. Es el único que está
abierto a las seis de la mañana y Nicolasa, dueña y encargada del
negocio, está presta a preparar bocadillos a los que se van a la
montaña y a los que salen a la mar. No así a los jóvenes que
regresan de fiesta a comprar la ensaimada del desayuno, antes de volver a sus
casas. A este último grupo no lo aprecia nada. Por eso, cuando
quieren un bocata se las han de ingeniar para parecer recién
levantados, comentando entre ellos las vicisitudes que les esperan en
el olivar o en la barca.
Su
puerta es el centro de reunión donde se encuentran unos y otros.
Allí se saludan con: ¿qué haces, tan pronto te levantas? o ¿a
estas horas te acuestas? Y marchan cada cual a sus menesteres.
Ummm, creo que voy a bajar a la panadería aunque me conformaré con los nuevos hornos de la ciudad. Besos
ResponderEliminarMe recuerda el pan que horneaba mi madre cuando yo era pequeña, en casa, el olor a pan recién hecho es delicioso, como tu relato.
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