Mi hermana Eva es una soñadora impenitente. Ya de pequeña mis
padres le prohibieron ir al cine porque
se creía todo lo que veía. Sabíamos que tenía algo flojo en su cabeza, pero en
aquella época no se le dio mayor importancia. De jovencita, seguía soñando. Más
de una vez he tenido que ir a buscarla a los lugares más recónditos del planeta
porque no quería regresar a casa. La última vez, el percance fue en la India y
ya estaba casada con un hindú, cuando llegué yo a recogerla.
Todos pensamos que había superado esa tendencia ensoñadora
cuando tuvo a sus niñas. Creímos que se había vuelto una persona cabal y
responsable. De hecho, ya no sentía el impulso de dejarlo todo.
Ahora sus hijas han crecido y hará cosa de un mes me llamó mi
sobrina mayor para decirme que no había regresado de su periplo por el desierto
del Sahara.
Yo sí la he encontrado, siempre sé seguir su rastro cual un explorador. Conozco sus gustos y motivaciones porque son los míos. Tocamos los tambores, danzamos y aprendemos a entonar la tebraa. No ha
hecho falta que me convenciera, me quedo aquí con ella, en el Atlas,
junto a la gran duna, tras las huellas de los míticos hombres azules.
Muy bueno, Maga, yo me voy con vosotras.
ResponderEliminarQué bueno poder seguir aquello que nos seduce y nos llama, muy bonito Magdalena.
ResponderEliminarMe ha encantado, pero no me voy con vosotras que la arena me molesta, al otro viaje ya.. si acaso.
ResponderEliminarJo, yo también quiero poder irme allí donde deseo. Muy chulo el relato
ResponderEliminarEl cielo más bonito que he visto en mi vida, fue en el desierto. Pasé una semana durmiendo al raso, bajo una bóveda de estrellas. En Egipto. Inolvidable.
ResponderEliminar¡Buen texto, buen relato!