Admiraban mi figura, mi candidez, la elegancia de mi porte y esa liviandad en la que siempre me veían sumida. Desconocían que mi delgada figura se remontaba al oscuro fantasma de la ocupación nazi, a causa de la malnutrición que padecimos todos. Tampoco sabían de mi sueño por el ballet y mi gusto por las cosas sencillas. Ni que bailé secretamente para la resistencia holandesa, hecho que guardo en mi memoria como un gran tesoro. La cámara se enamoró de mí, y por ella sí lo hice todo. Fui Sabrina, una ciega en la oscuridad, una monja, me paseé por Roma durante unas vacaciones y hasta logró que me apasionaran los desayunos de Tiffany’s y circular a dos por la carretera. Ella ha sido mi único y verdadero amor.
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