sábado, 9 de marzo de 2019

Postal de otoño

Amanecía en tus ojos y a través de ellos se filtraba la luz de la ventana que no te gusta cerrar del todo al acostarte. Tenue. Es otoño y la claridad aparece cada día un poco más tarde. Te sigues vistiendo con tus colores favoritos, los cobres y rojizos de la tierra, y una extensa gama de marrones como el de las hojas caídas de los árboles. Te miro y parece que ni el tiempo ni la edad fueran contigo. Te oigo taconear por el pasillo y me sigues deslumbrando a pesar de los años y de tu nueva vida en solitario. Siempre he admirado esa fuerza tuya, imparable y digna de los más jóvenes. Por eso te sigo queriendo y te veo siempre como la mujer que conocí hace ya tantos años.
A pesar de que no leas mis postales ni las cartas que te envío, quiero que sepas que no te guardo ningún rencor y que te sigo codiciando. Imagino que tal vez hayas roto del todo con el pasado, nuestro común pasado... Pues no descubro mi rastro en casa, ni siquiera en el despacho. Tampoco, mis libros. Mi armario ropero está vacío. Aunque no te culpo por ello, sé lo difícil que resulta empezar una nueva vida casi cuando se acaba  la que tienes.
No te gustaría saber que te observo, que te sigo, e incluso te vigilo. Seguro que te enfadarías, pero comprende que me vuelvo loco sin poder comunicarme contigo.  Ya sabes cómo soy. Anhelo y ambiciono estar junto a ti y compartir el resto de tu vida.
Sé que no me perdonaste nunca, aunque yo sí te perdono que me prepararas cada noche un vaso de leche caliente con miel para aliviar mi neumonía. Que me lo llevaras a la cama y que me obligaras a tomarlo entero hasta la última gota, a pesar del mal sabor que yo creía fruto de la medicación. Exclusiva y atenta dedicación. Me sentía satisfecho. No dejaste ningún rastro. Te admiro.
Tuyo siempre, tu difunto marido.




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