Me enamoré de sus andares nada más descubrir su fugaz y resuelta figura, al tiempo que nervioso, se me caía el platito que sostenía la taza de
café porque mi mano se había quedado flácida, tan boba como mi cara de
lechuguino. Aquello era una real hembra y yo un gusano tirado en el suelo que
con gusto moriría aplastado por sus totémicos pies. En aquella posición no me
atreví a balbucear disculpa alguna. Intenté recomponer mi apostura en aquel
sofá que me despedía cual juguete de
muelle. La esperé con intención de iniciar un cortés galanteo, pero ella no
regresó, había desaparecido por la puerta de aquel establecimiento sin
intención alguna de volver. Guardo de ella el imborrable recuerdo de su taconeo
silencioso sobre la alfombra mullida y la visión fetichista de sus extremidades
inferiores. Las busco, desde entonces, en todas las mujeres.
Yo pienso que es sobre lo que se puede escribir incansablemente, y se lee siempre con gusto cuando las palabras están bien escogidas."Las busco desde entonces en todas las mujeres"
ResponderEliminarGracias por compartir tus relatos, para mí es un placer leerte aunque no ponga simpre comentarios.
Un abrazo.