Fotografía de Brian Soko
Su rostro era tan hermético, como su boca cerrada. Su mirada se escondía tras unas gafas de sol, oscuras e impenetrables. Jamás vería lo que no le importara. Unos aros pendían coquetos de los lóbulos de sus orejas. Era muda, ciega y sorda en algunos momentos; invisible en otros, vigilaba sin ser vista; era dura y fuerte como la obsidiana. Podía resistir todo tipo de embates, condición indispensable en su labor diaria. El sombrero ocultaba una media melena rubia y una cabeza noble, que funcionaba rápida y sagaz. Aparentaba más años de los que tenía y ahí residía el secreto de su poder. La vida no le había dejado tiempo para mimarse, pero no le importaba. Lo único trascendental eran las misiones que le confiaban. El abrigo guarecía un cuerpo seco y atlético, que nadie miraba. Nunca podrían sospechar de ella, esa aparentemente casi anciana, que cruzaba a un lado y a otro de la frontera, portando mensajes, mientras contemplaba el reflejo de su figura en la ventana.
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