No me creo que ya no estés, amiga. Sigo hablando contigo y te miro
en las fotos y no me hago a la idea de no verte más. No me has dado
tiempo. Estoy tristísima y desconsolada. Espero que allá donde estés
sepas que te echo muchísimo de menos.
Me pongo tu túnica de color calabaza, la que me regalaste por mi
cumpleaños y nos vamos, Mari, a ver la exposición. Te encantará.
En Deià, como en los viejos tiempos.
Volvemos
a ser jóvenes en tu seiscientos por la carretera estrecha y llena de curvas. Qué
mal conducías, por cierto, de joven y de mayor, hay cosas que al parecer no se
aprenden nunca. Sin embargo tenías una especial habilidad para las
manualidades. Tu despacho era una merecería con infinidad de cajoncitos,
estantes y colgadores repletos de hilos, agujas, retales, lanas y objetos
insospechados a los que yo no sabría darles ninguna utilidad. Y con la
escritura, la fotografía y la informática, igual; se te dieron bien enseguida.
Así que tal vez las habilidades y destrezas no se escojan, sino que ellas lo
hacen con nosotros.
Siempre
compartíamos películas, sueños y lecturas, eran nuestras otras vidas y también, los bailes en el Sant
Germain, la disco vecina donde nos dejaban pasar porque no había nadie y así
animábamos el ambiente. Tan jóvenes.
Ahora
no podías leer ni caminar y, a temporadas, tampoco podías hablar.
Pero
antes de todo esto habíamos compartido muchas cosas. Recuerdo aquel viaje a
París que hice en solitario desde Mallorca, tu hijo Pablo era todavía un bebé. Allí
vivíais entonces. Y los veranos que veníais todos aquí y los días se alargaban en
la playa y Michel, atareado con todos los niños, les enseñaba a pescar en el
muelle. Niños, meriendas y amigos.
Ocupamos
nuestra vida con la vocación de enseñar e intentar que la escuela y nuestras
clases fueran de otra manera, mejores. Nos hicimos blogueras y eligieron tu proyecto escolar para un premio Espiral en Cataluña. Y nuestros chicos se
hicieron hombres. Y seguíamos compartiendo risas, amistad y viajes. Te
encantaba caminar y salir de excursión, ahora no podías. Eras una gran teatrera
y aunque estuvieras jubilada, seguías disfrazándote para contarles cuentos a
los peques el día del libro. Tu cole, además, tenía nombre de cuento:
Arbre blanc. Un nombre vapososo del color de tus cabellos. Siempre celebrabas
la vida, siempre.
Querías
irte sin sufrir, tranquilamente, sin que te alargaran la vida de manera
artificial, en casa, con los tuyos. Y así ha sido.
Nos
dejas solos con nuestras emociones.
Siempre estarás ahí y siempre seguiré soñándote, juntas.
Te conocí más tarde cuando ya estabas en París y venías a pasar los veranos al puerto de Soller y nos veíamos en el Mónaco, siempre cantarina como un cascabel de colores refulgentes.
ResponderEliminarTe has ido pronto pero siempre estarás conmigo de esa forma, de colores.