Querido Carlos, nunca nos hubiéramos imaginado que esa maldita y perversa enfermedad te arrancara la vida tan pronto.
Por suerte para mí, siempre apareces en mis recuerdos desde
la infancia, cuando éramos niños en la calle Sevilla y teníamos la suerte de
vivir todos los primos juntos y juntos también pasar los largos y estupendos veranos
en Benimantell. Nos peleábamos, nos pegábamos, jugábamos e incluso íbamos a la
doble sesión del cine Aitana una vez a la semana. Todo constituía una aventura:
subirnos a los árboles, ir en burro, pescar renacuajos y contar historias a la puerta de la
iglesia en la plaza del pueblo. Esas son las imágenes que guardo celosas en mi
memoria, mi mayor tesoro.
Eras mi primo mayor, y nos llevabas la delantera a todos, estudiaste
en Alicante, te casaste, formaste una familia y a la par te hiciste aventurero,
viajabas por el mundo como si fuera tu casa. Aunque siempre te acordabas de mí,
venías a visitarme por motivos del trabajo y a invitarme a comer por ahí cuando
yo era una joven estudiante sin dinero y a insuflarme esas ganas de vivir que
tú contagiabas sin darte cuenta a los que estaban contigo. Desprendían una
alegría que solo poseen los tocados por la fortuna, que le arrebatan a la vida
sus mayores placeres.
Estoy convencida de que ambas, la fortuna y la vida, se han enamorado de ti y celosas, se te han llevado para disfrutarte y que les alegres sus días.
Estoy convencida de que ambas, la fortuna y la vida, se han enamorado de ti y celosas, se te han llevado para disfrutarte y que les alegres sus días.
Yo y todos te vamos a recordar como tú eras antes de la
maldita enfermedad: desprendido, espléndido, siempre risueño y jovial… y todos
los que te queremos así te llevaremos siempre en nuestros corazones.
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