“Un paisatge és una forma de
percebre i valorar un territori, una manera d'habitar-lo, i de teixir en ell i
amb ell la identitat personal. No poder continuar vivint en el propi paisatge
significa perdre una part fonamental d'un mateix”. Marta
Tafalla
Violeta
nunca pensó que la vivienda que había heredado de su abuela en un popular
barrio valenciano iba a verse de pronto
rodeada de edificios caros y de casas rehabilitadas por equipos de arquitectos
prestigiosos. Tiendas de diseño, restaurantes, pubs, cafés y galerías de arte
sustituían a los antiguos comercios de toda la vida.
Estaba
muy inquieta con los cambios que se producían de la noche a la mañana, y se
sentía como una superviviente de su entorno.
La gentrificación hacía que las clases sociales más desfavorecidas se vieran
obligadas a abandonar sus casas.
–¿Y
quién sabe qué reglas rigen ese flujo vivo y cambiante? –se preguntaba.
Había
leído en algún lugar que inversores británicos estaban comprando edificios
enteros.
–¿Tendrá
todo esto algo que ver con el misterioso Brexit? –seguía preguntándose al
tiempo que paseaba y contemplaba su barrio.
Ella,
desde luego, no tenía ni idea. Por eso salía a la calle a plasmar los
constantes cambios del lugar con su cámara, como una espectadora de su tiempo. Fotografiaba
las fachadas de las casas antes y después. Se metía en su interior y también
captaba su alma y retrataba la magia de lo visible y lo invisible. Hablaba con los
inquilinos, forzados a emigrar a la periferia a causa de esos alquileres
insostenibles.
A
veces pensaba que estaba viviendo en los fotogramas de una película futurista,
pero otras, la mayoría, su entusiasmo decaía frente a las continuas afrentas al
corazón de los viejos edificios.
Atrás
quedaban las historias de los zaguanes de azulejos valencianos con sus cenefas modernistas
repletas de coloridas frutas y flores. No tenían nada que ofrecer frente a las asépticas
y frías losas de mármol o micro cemento que representaban la modernidad.
Violeta
había vivido en ese céntrico barrio toda su vida, allí se casó y se quedó
viuda, allí también la jubilaron anticipadamente de su trabajo en la
administración periférica. ¡Tanto tiempo únicamente para ella a lo largo del
día! Por eso decidió comprarse una pequeña cámara y dedicarse a uno de sus pasatiempos
favoritos. Había realizado algún curso de fotografía y no le salía tan mal.
Además,
se encontraba bien físicamente, practicaba taichí y meditación en un local de
terapias orientales cercano a su vivienda, y le encantaba caminar sin rumbo por
su ciudad.
De
las habitaciones de su antigua casa, una la empleaba para realizar su afición a
las manualidades, y otra la destinaba a estudio y laboratorio fotográfico.
Numerosas copias en blanco y negro colgaban sujetas con pinzas, de hilos de la
pared. Era el cuarto oscuro.
Por
el contrario, en la sala que daba al balcón y a la calle, la luz entraba a
raudales sobre la mesa, cubierta siempre de telas, agujas, ganchillos, hilos,
cuentas de colores y diferentes útiles de trabajo. Allí Violeta realizaba distintas
obras: mariposas que separaban páginas de libros o eran pendientes o collares;
flores que servían de adornos a puertas y paredes, que eran broches o pasadores
para el cabello, o bien se colocaban de adorno en un jarrón. Arco iris que
pendían de lámparas o que se podían situar en el centro de alguna habitación
atravesándola de una esquina a su opuesta. Las vendían diferentes tiendas,
incrementando con ello su exigua pensión.
Péndulos
de cristales colgaban del balcón donde vivían las macetas, haciendo que la luz
se descompusiera en sus diferentes reflejos bailarines. Siempre había sido muy
imaginativa y colorista y le gustaba rodearse de objetos curiosos. Y ahí se sentía ella misma y muy bien.
Menuda
e inquieta, cada mañana dejaba a Augusto, su gato, alimentado y con sus
necesidades satisfechas, antes de lanzarse a la calle con la cámara siempre
guardada en el interior de su bolso bandolera.
Fue
una de aquellas mañanas cuando leyó en la puerta de un atelier vecino, la convocatoria de un concurso de fotografía para
aficionados, circunscrito a imágenes del barrio. Justo lo que a ella le
gustaba, ¡no podía creerlo! Entró a informarse y recogió un folleto con las
bases.
El
Ayuntamiento de Valencia era el patrocinador, el premio sustancioso, tres mil euros.
Una única fotografía o una serie sobre el mismo objeto o tema. La finalidad,
por supuesto, consistía en publicitar las profundas mejoras del barrio.
Un
cosquilleo de ansiedad le recorrió la espalda. Sin darse cuenta y sin poder
pensar en otra cosa, sus pies la habían encaminado hacia los árboles de los
jardines del antiguo cauce del Turia. Allí
podría pensar tranquila. Contaba con poco tiempo, el plazo de presentación de
trabajos acababa en dos semanas, y siempre podría escoger entre todas sus
fotografías, las que más le gustasen. Pero… ¿iba a colaborar con el objetivo
del concurso? –dudaba para sí.
–Por
supuesto que no lo haría, –se contestó en un diálogo interior.
Pasó
unos días encerrada debatiéndose entre múltiples posibilidades. Eligió las fotografías
de mejores encuadres y enfoques, las que parecían difuminadas como cuadros
impresionistas y las que tenían movimiento. Consultó entre sus amistades, y finalmente
no se decidió por ninguna, sino que presentó una serie totalmente nueva. Estaba
muy satisfecha con su trabajo. Los vecinos de su casa andaban también revueltos
y ajetreados.
Siguió
con su vida mientras el jurado se tomaba un tiempo para la deliberación.
Por
fin llegó el gran día, la habían convocado en el Salón de cristal del
Ayuntamiento, allí anunciarían el fallo del concurso y después conocerían de
primera mano los trabajos premiados y finalistas en la sala de exposiciones.
No
la nombraron entre los ganadores. Se sentía abrumada y cohibida en aquella sala
tan lujosa. Su esperanza se desvanecía cuando Violeta oyó su nombre en una
mención aparte. Una categoría diferente. La
máxima cuantía otorgada. Lo hicieron al final del acto, para resaltar la
importancia del premio.
“Una mirada valiente” ha obtenido
por la plasticidad de las diferentes escenas, sus texturas, luces y sombras, y
el dramatismo de las imágenes plasmadas, el premio “Ojo crítico” del certamen, el
máximo galardón otorgado.
Allí
estaba la fachada de su casa, tan necesitada de reformas que no se podían
pagar, en una gran imagen. Conforme se
bajaban los ojos desde el tejado hacia la calle, aparecía una serie de ampliaciones de los
balcones de cada vivienda con sus respectivos inquilinos.
Empezando
por el último piso de la finca, el de ella, y manteniendo la misma focalización,
en un barrido vertical, se veían: el
balcón del cuarto piso con Violeta muy seria, asomada entre las macetas y Augusto
en brazos; el balcón del tercero, con la familia Serrano al completo, seis
personajes muy dignos, de tres generaciones, que apenas cabían juntos y miraban
atentos a la cámara; el balcón del segundo, con la pareja de ancianos que cogidos
de las manos, parecían a punto del llanto junto a unas maletas ya cerradas; por último, el balcón del primero acogía a una
familia de senegaleses con sus dos hijos pequeños en brazos, ella dejaba
traslucir bajo su vestido un vientre abultado.
Los
ojos de todos ellos resaltaban en la oscuridad dominante del encuadre y
parecían confiar en el objetivo de la cámara para mejorar sus condiciones de
vida. Les iba la vida en ello.
Al
llegar al pie de la fachada, sobre el portal de la puerta de entrada, se
distinguía un cartel: “PRÓXIMO DERRIBO POR OBRAS”.
Violeta
no estaba sola.
Precioso el relato de Violeta!
ResponderEliminarQue bien que cuentas, nena. Me gusta como compones las palabras para que formen tus relatos. Un besico.
ResponderEliminarMaria Salud
Que bien que cuentas, nena. Me gusta como compones las palabras para que formen tus relatos. Un besico.
ResponderEliminarMaria Salud