Primero fue una suave brisa, que la hizo sentir feliz, liviana y evanescente. Ligera como una pluma que el
viento empujaba hasta tocar las nubes. Podía volar pero no era ave. No había
pájaros tan arriba. El día que descubrió que por fin le habían crecido pequeñas alas en la
espalda, todo cobró sentido y nunca más quiso
descender de las cumbres. Ya no necesitaba soñar.
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