Hacía mucho calor aquel verano y ya no podíamos viajar como antes.
Tú estabas perdido, sin ganas de nada, y yo te cuidaba. Abrí puertas y ventanas y me senté en el suelo a
mirar los viejos álbumes de fotografías. La brisa marina entró por el balcón de
casa mientras buceábamos en las aguas de
coral del mar de Andamán. Un aroma a noodles callejeros nos abrió el apetito y el mismo sentimiento de admiración y respeto nos
seguía acompañando por los templos de Angkor. Estabas fatigado. Te acomodé bajo
la sombra de un gran árbol, ¿un
magnolio? Para que finalmente pudieras reposar.
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