A veces la vida chirría tan amargamente que nos quedamos parados, sin saber qué hacer y sin consuelo.
Hago un repaso de todos mis difuntos: padres, un hermano, amigas… Y en ese cómputo de seres queridos que nos han ido dejando, destaca por su insensatez y sinsentido el de los jóvenes, jóvenes alumn@s como Katrin, Viçens de Deià, Toni de Bunyola y ahora, Elisa, cuya presencia sigue inundando el aula y nuestros corazones. Sentimos rabia como el poeta Miguel Hernández por la muerte de su amigo y hacemos nuestros los versos de A. Machado que dicen:
“Y cuando llegue el día del último viaje
Y esté al partir la nave que nunca ha de tornar
Me encontraréis a bordo, ligero de equipaje,
Casi desnudo, como los hijos de la mar”
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A Elisa le cantaban los ojos. Con esos enormes ojazos se reía, se entusiasmaba, o expresaba su cansancio por las tareas obligatorias. Y no es que fuera una persona callada, porque como todos los niñ@s vitales no paraba de charlar, aunque siempre sus inquietudes y sentimientos, sin ella saberlo, le asomaban a sus ojos.
El curso pasado irradiaba felicidad porque iba a tener una hermanita, Laura, y la ilusión no cabía en su interior y la desbordaba. Ella, siempre contenta, nos contaba cómo iba el embarazo de su madre, al tiempo que armada de tijeras y papel, adornaba la clase con estrellas, grecas y pájaros de colores. Elisa nos enseñó el arte de la papiroflexia y también a hacer abalorios y pulseras con sus manos. No le costaba nada, le salía sin esfuerzo. Como sin esfuerzo le salía ser la mejor compañera. Su alegría lo contagiaba todo.
No queremos despedirnos porque sigues sonriente con nosotros y porque queremos seguir soñando cuentos contigo, aventuras fabulosas en barcos de piratas, romances de princesas y genios enamorados, de brujas malvadas y hadas bienhechoras, de lámparas maravillosas y alfombras voladoras… Relatos y poemas fantásticos que nunca se acaben y, que si lo hacen, siempre, siempre, tengan un final feliz.
D.E.P.
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