Las noches en que llegaba tan y
tan cansada a casa, se desnudaba, se ponía su traje de sirena y se sumergía en
un profundo sueño. Descansaba sobre un mullido lecho de algas y corales, rodeada
de estrellas, arenas y palabras. El murmullo y vaivén de las olas la adormecían como una nana. El hombre tranquilo vigilaba sus sueños, mientras que el hombre risueño,
paciente aguardaba. Un círculo de aves celosamente la rodeaba.
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