Cada tarde pasaba a mi lado a la misma hora, se dirigía hacia Saint Sulpice, línea seis, siempre seria y triste. Parecía la mujer más apenada del mundo. Jamás la vi sonreír; por eso aquel día tomé un ramillete de la pequeña floristería donde trabajaba y salí tras ella, sin pensármelo dos veces. Se sorprendió cuando me acerqué al banco donde aguardaba y se lo ofrecí, negaba rotundamente con la cabeza, al final lo tomó entre sus manos. Un ligero atisbo de sonrisa me transformó en el hombre más feliz del universo. Ahora ya sé que estudiaré húngaro con todas mis fuerzas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario