Había una vez... Un pequeño pueblo llamado Jesús Pobre que tenía una pequeña escuela, pero no tenía maestra. Duraban poco las que mandaba el ministerio, pues habían de hacer cosas importantes en otros lugares más grandes, además allí se aburrían.
Un
buen día llegó una joven maestra de cabellos rojos muy cargada con sus repletas
maletas y baúles.
Le
gustaron mucho la montaña, el cielo, las estrellas, el mar cercano y los niños.
Sobre todo, los niños.
–"Aquí seré feliz" –aseguró
convencida– y se quedó a vivir en el pueblo muy, pero que muy contenta. Sacó, de
sus bolsas tan llenas, montones de cosas extrañas como poesías, sonrisas,
pinturas, ilusiones, cuentos, música, buenas palabras y deseos.
Toneladas de abrazos. Y empezó a repartir a troche y moche.
Pintó de colorines la escoleta y sembró
muchas flores y un huerto. Pronto creció un campo de deportes y de juegos, una
estación meteorológica, un corral para los animales y un laboratorio de
idiomas. Todos los niños estaban muy felices y se lo pasaban requetebién
aprendiendo.
Si hacía mucho calor se sentaban a la
sombra de los árboles, cantaban y dejaban volar su imaginación hasta que los
pájaros se aprendían de memoria las tablas de multiplicar.
Con ella era muy fácil saberse los países, ríos y cordilleras, mares y océanos porque los continentes de los mapas cobraban vida cuando los tocaba con sus manos.
Si llovía abrían paraguas de colores y formaban casitas como los esquimales y sin darse cuenta aprendían el nombre de las estrellas que no se fugaban. Los graves problemas matemáticos se resolvían jugando a la rayuela o al escondite, que eran juegos muy difíciles.
Así, entre nubes, cuentos, música y magia fueron pasando los días y los años. Los niños y las niñas se hicieron hombres y mujeres.
Con ella era muy fácil saberse los países, ríos y cordilleras, mares y océanos porque los continentes de los mapas cobraban vida cuando los tocaba con sus manos.
Si llovía abrían paraguas de colores y formaban casitas como los esquimales y sin darse cuenta aprendían el nombre de las estrellas que no se fugaban. Los graves problemas matemáticos se resolvían jugando a la rayuela o al escondite, que eran juegos muy difíciles.
Así, entre nubes, cuentos, música y magia fueron pasando los días y los años. Los niños y las niñas se hicieron hombres y mujeres.
–"Ya va siendo hora de marcharme –les
dijo la maestra–. Es tarde y he de seguir mi camino. Aquí ya no me
necesitáis".
El tiempo se había encargado de pintar de blanco sus rojos cabellos. Recogió sus bártulos cargados ahora de muchas risas y abrazos.
El tiempo se había encargado de pintar de blanco sus rojos cabellos. Recogió sus bártulos cargados ahora de muchas risas y abrazos.
Los niños hicieron una gran fiesta de
despedida en el patio, donde la magia se apoderó de todos los presentes que jugaron y bailaron hasta que ya no pudieron más.
El viento repetía las voces de los niños:
El viento repetía las voces de los niños:
¡Hasta
siempre Tica! Nunca te olvidaremos
Ilustraciones de Mata Montañá y Tanja Stephani
Precioso!!!
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
Eliminar¡Qué bello, Magdalena!
ResponderEliminarGracias.
Eliminar