Tal vez no tuviera un buen sillón en su niñez -esa etapa tan
decisiva y que nadie nos revela en su momento- o tal vez creyera que sus
amistades se ampliarían si se sentían o sentaban más cómodas, aunque tampoco se le
conoce ninguna; la cuestión es que así como algunas personas padecen el
síndrome de Diógenes, el sujeto que nos ocupa atesoraba sofás, únicamente sofás.
De los pequeños pufs de sus inicios pasó a los modulares y a las gigantescas
chaises longues. Cada vez que alguien decidía cambiar de tresillo, él se
ocupaba de llevarse el antiguo rápidamente. No le importaba el peso, el
montaje, ni la carga y descarga, ya que siempre lo hacía feliz y contento. Los
clasificaba por modelo y color y ocupaban todas las estancias de su domicilio.
No había más muebles porque no cabían, así que en ellos comía, leía, escribía, soñaba, se
vestía, se desnudaba y dormía. Si su
cabeza está rellena de miraguano, plumón o gomaespuma aún lo desconocemos, pero el día que
llegó a nuestro centro, tan desnudo de muebles y aséptico, no quiso permanecer
en su dormitorio sino que estuvo todo el tiempo cambiando de asiento, nervioso e irascible. Apostamos por una nueva patología a la vista de su protocolo: el síndrome comodón-compulsivo.
Jajaja, me parece que has creado un nuevo síndrome Magda, a mí me gusta mucho también ese mueble, lo voy compartiendo con mi hijo, pero como está creciendo tanto pronto tendré que compra otro y quien sabe... igual acabo como tu prota.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo, lejana pero nunca olvidada amiga.
GRacias Yolanda. Mi hijo recoge sofás que la gente no quiere y se los queda.Otro gran abrazo para ti, campeona!!
ResponderEliminarEL blog letras de plata ha nominado a este para el premio Liebster Award. No encuentro otra forma de comunicartelo. Si te interesa visita este enlace: http://letras-de-plata.blogspot.com.es/2013/09/hace-pocos-dias-recibi-una-gratisima.html.
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