Los farolillos de papel iluminaban las oscuras entradas de calles y casas con una multitud de luciérnagas en su interior. Ada lo llevaba entre sus manos para que nadie tropezara con ella. Se asomó como cada noche al camastro donde su padre estaba echado. Le preguntó si necesitaba algo y cómo se encontraba. Él siempre le contestaba que nada, no obstante le ahuecó el lecho y le calentó la sopa. Lo dejó dormido apaciblemente hasta una nueva mañana, se despidió de él y regresó a su casa. Por el camino, miró al cielo y apagó el farol, las brillantes estrellas la guiaban.
Desde el título hasta el final tu historia avanza de forma sosegada hacia nuestro interior, no hacen falta muchas luces para iluminar el buen hacer y la ternura que despliega en pequeños gestos la protagonista.
ResponderEliminarFelicidades Magda, es hermoso.
Abrazos.