viernes, 26 de septiembre de 2025

Lo hacemos entre todas


Ilustración del libro Aquagim de Marina Sáez



Aquagym, aquafitness y no sé cuántos nombres más reciben los movimientos que se realizan en la piscina dentro del agua, claro.

En las clases de la piscina universitaria de la UIB, no somos universitarias precisamente, somos mayoritariamente mujeres, entre veinte o veinticinco por grupo y todas pintamos canas, aunque con el gorrito obligatorio no se nos ve el pelo.  

El agua nos cubre por completo y no tocamos el fondo, por eso algunas realizan las actividades con un flotador de cinturón, que permite que nuestros ojos sigan a la monitora, que es la única que permanece afuera, y que los susodichos no se introduzcan en el agua, pues veríamos muy poco y no podríamos seguirla. 

Al no tocar con los pies el fondo nuestras articulaciones no reciben impacto. Y eso es fundamental para los ejercicios de piernas que realizamos en estas edades. Estamos todo el rato pegando patadas y coces adelante y atrás, con ritmo y con cuidado de no enviar una de ellas a nuestras compañeras más próximas.  También hacemos tijeras y tijeretas y levantamos marejadas. 

Hay que decir que al ver únicamente las cabezas de colores de las compañeras no hay competitividad ni ansias por hacerlo mejor que nadie, puesto que no sabemos qué hace cada cuál por abajo,  bastante tenemos con intentar seguir a la monitora sin tragarnos toda el agua que se desplaza. Además de piernas, trabajamos también brazos, dando puñetazos y collejas al medio en el que estamos inmersas, a diestro y siniestro, a un lado y a otro, con ritmo y música. La música, ni la oímos con tanta concentración y esfuerzo. El ritmo, el que buenamente se puede.

Lo peor llega cuando, acabada la clase, hay que salir por esas escalas de barco pensadas únicamente para hacernos patinar y que nos resbalen manos y pies, imposibilitando el ascenso. Es justo en ese momento cuando decides hacer unos largos por tu cuenta, para que tus compas no te vean subirlas como una lapa de escalón a escalón. 

Después  de la ducha incómoda y colectiva llega el momento del secado y del vestuario, donde las más intrépidas explican todas las enfermedades habidas y por haber que  padecemos en razón de la edad, y la milagrosa terapia que efectuamos en la piscina. 

Así que si antes se confiaba en la iglesia y en sus rezos,  ahora el agua es nuestra diosa. 

Aunque eso sí, el ejercicio lo hacemos entre todas.



Imagen de Lisandro Rota, artista




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