martes, 9 de diciembre de 2025

Elogio del cabeceo

Cuando era niña me sorprendía ver como los mayores se dormían sentados y la cabeza se les iba en un movimiento de vaivén descontrolado. Era una situación jocosa para los peques y ellos, los susodichos, que no se daban cuenta, volvían al momento anterior cuando espabilaban y no pasaba nada.

Ahora que la vieja soy yo me encanta cerrar los ojos sin darme cuenta y sentir el vaivén de mi pesada cabeza y seguir tan a gusto a pesar del molesto tirón que produce. 

No es desagradable sino la gloria y el séptimo cielo. Lo mismo da estar en un cómodo sillón que en un banco al sol. Así que reivindico ese placer involuntario en cualquier momento y lugar, aunque me decanto con preferencia por el de después de comer. Tras la comida es más fácil adentrarse en ese sueño efímero y que rotundamente no es una siesta.




Son apenas unos minutos que nos sirven para reconciliarnos con el mundo y, al abrir los ojos de nuevo, lo vemos todo de otra manera. Es un tiempo entre dos planos: el real y el fantástico.

El nombre del gesto es también muy sugerente:

"Mioclonía de conciliación"

Os animo a practicarla y conciliarla.